La dama de negro

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

Casa con sorpresa

Producción de la Hammer, en una casa con presencia siniestra.

Daniel Radcliffe ya sabe cómo mirar fuera de campo (del campo que abarca la cámara) y parecer aterrorizado. Si Harry Potter le dio algo, además de fama y dinero, es eso. Así que no es de extrañar que el primer protagónico que aceptara después de terminar la saga del mago fuese el de La dama de negro , no en el rol del título, sino en el del abogado que traga lo que le queda de saliva y se interna en una mansión convenientemente lúgubre y alejada, a rastrear los papeles para una sucesión.

Bajo el logo de la Hammer, la productora que dio clase sobre lo que el cine de suspenso y horror debía tener en la época de oro del género -no el actual en el que el gore se impone y lastima, sobre todo, los ojos y la credibilidad del espectador-, La dama de negro tiene sus contribuciones para recuperar la confianza.

La historia es básica, pero con bemoles a medida que se va desarrollando. Arthur Kipps (Radcliffe) es un abogado viudo, con un pequeño hijo, al que envían a Crythin Gifford, a la mansión mencionada, y si no encuentra lo que le demandan para hacer la liquidación de la mansión, tras la muerte de su dueña, y así poder venderla, se quedará sin trabajo. Eso explica por qué, por más que sienta presencias ominosas, ruidos y demás, el tipo sigue buscando (solito y solo) en esa casona a la que las mareas suelen dejar incomunicada cuando crecen, y a la que nadie se atreve a acercarse en el pueblo victoriano.

¿Por qué? Fácil sería contarlo, pero mejor es que el lector lo averigüe por sí mismo.

Los resortes del género vienen siendo los mismos desde sus orígenes –para asustar y lograr que el espectador salte de su butaca- y podrá variar (o no) la sagacidad de los guionistas para que también haya algo de intriga y se sazone mejor la historia. La película está más o menos dividida en dos mitades (presentación del personaje, llegada de los primeros temores y muertes/suisidios de varios niños), y es en la segunda donde el ritmo se acelera, sin llegar a desbocarse. La atmósfera gótica, los tonos grises y opacos de la iluminación, le sientan perfecto a la historia.

El joven James Watkins, que debutó con Eden Lake , filme de otro estilo de terror (una pareja es acosada en un lago por adolescentes), entre crujidos y sombras, brumas y padres que sobreviven a sus hijos, supo cómo generar ansiedades en el espectador. Y así, la novela de Susan Hill, de 1983, con adaptaciones teatrales y televisivas varias, pega el salto a la pantalla grande con ímpetu propio.

Acompaña a Radcliffe –a quien deberemos acostumbrarnos a verlo como adulto joven, para lo que, por cierto, aún le falta madurar en todo sentido- el irlandés Ciarán Hinds, cuyo rostro suele cubrir como máscara personajes conflictuados, cuando no roles de malvado, en otra sorpresa dentro de un filme que, sí, asusta en buena ley.