La dama de negro

Crítica de Marcos Rodriguez - CineFreaks

Fantasmagótico

El tiempo, el lugar, la vestimenta, la niebla y los temas de La dama de negro remiten no solo a un tiempo que la historia ya dejó bastante atrás, sino también a un tiempo del cine que la industria parece haber dejado bastante atrás: el siglo XIX, la literatura gótica y, de paso, el cine clásico y un cine que muchos consideran ya clásico, el de las producciones de la Hammer. Volvemos, entonces, a un ambiente que el terror de hoy cada tanto frecuenta pero que dejó mayormente de lado. Y volvemos, de paso, a las producciones de terror de la Hammer, que en los últimos años viene produciendo películas no necesariamente existosas pero en general con propuestas más o menos interesantes (la anterior que se vio en las salas argentinas fue Invasión a la privacidad).

El inicio de La dama de negro tiene algo del Drácula de Bram Stoker: un abogado londinense tiene que viajar a un territorio lejano (en este caso, dentro del Reino Unido) para arreglar el papeleo para la venta de una antigua casa. Cuando llega, lo que encuentra es un pueblito asustado y supersticioso, cuyos habitantes le piden que no se acerque a la casa. En lugar del clásico vampiro, lo que Arthur Kipps (Daniel Radcliffe) encuentra es la dama de negro. No vamos a ahondar en el argumento.

Este inicio que remite a un relato central del terror gótico (y que el cine ha visto ya muchas veces) y el ritmo que se toma La dama de negro para arrancar de una vez con el terror llevan al espectador a pensar que se está embarcando en un relato de atmósfera. Ayudan los escenarios naturales, la luz, los trenes, Radcliffe siempre con su cara de pena. Y aunque los personajes son un poco huecos y la atmósfera no es tan asfixiante como quiere serlo, la iconografía funciona y el espectador va entrando.

Pero entonces llega el momento de entrar finalmente a la casa, de acercarse al elemento sobrenatural. Y la cosa cambia. Toda la construcción lenta (y un tanto repetitiva) del ambiente, ese avanzar tan gradual en el camino hacia el centro del terror estallan por los aires a fuerza de golpe de efecto. Sí, La dama de negro asusta: estamos en una casa a oscuras, se hace el silencio, la cámara avanza despacio y de pronto de la nada aparece una máscara blanca y un grito agudo. Y después de eso, viene otro. Después otro. La dosificación atropellada de golpes de sonido llega a un nivel ridículo, pero tampoco sobrepasa la barrera del exceso que podría llevarnos a otros lados. Todo está muy calculado en la distribución de los "momentos que asustan".

Con algún fantasma de clara inspiración japonesa y un par de "revelaciones" argumentales un tanto irrelevantes, la magia se termina más bien pronto.