La dama de negro 2

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Tiempo Argentino

Cuidado, niños en peligro.

Cada vez surgen con mayor rapidez las secuelas, precuelas, series, sagas y continuaciones de films anteriores. La dama de negro (2012) de James Watkins, con el protagónico de Daniel Radcliffe (sí, Harry Potter), tenía sus momentos interesantes, especialmente, cuando el director trabajaba con astucia el espacio y el tiempo para provocar sustos en el espectador. Más allá de su reiterativa historia puede decirse que aquella película era un aceptable ejemplo de cine de género que se sostenía debido a sus climas antes que por su eufórica banda sonora. Pasaron un par de años y al mismo caserón abandonado donde mora "La dama de negro" y su pequeño llegan dos maestras y un grupo de niños escapando de las bombas nazis que caen en Londres durante la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, la saga avanza cuatro décadas para ubicarse en el mismo paisaje: casa derruida, pasillos interminables, paredes mohosas, luz mortecina y esa sensación clásica del terror de que en cualquier momento se escucharán voces y murmullos por vía del fuera de campo. En un momento, las dos maestras (una dócil, la otra una rígida directora) prevén la llegada de los nazis, cuestión que hubiera sumado como aporte coyuntural a la trama, pero de esto poco habrá en honor a los requisitos básicos del género que describe a un grupo de chicos asustados por una presencia fantasmal. La dama de negro 2, establecida como otro ejemplo más para que el público adolescente vea en pareja, construye su trama desde el diseño de producción, ya que la escenografía, el vestuario y la ambientación donde se recrea un caserón abandonado se impone con creces al rutinario argumento. Pero la diferencia sustancial con el film de hace tres años es que el pueblo que rodeaba a la casa no existe, como tampoco se invocan aquellos sucesos anteriores. Semejantes ausencias y omisiones, por lo tanto, produce que la historia se circunscriba a narrar los peligros que vive un grupo de personas, corriendo despavoridas por los pasillos de la casa e intentando escapar de la presencia de la señora que habita con frecuencia el lugar. Desde esa decisión, el responsable de la banda sonora arremete con una música que en lugar de anunciar con sutileza un momento trágico, cobra importante protagonismo, invade al silencio y anula cualquier señal de inteligencia al asunto.