La dama de hierro

Crítica de Natalia Trzenko - La Nación

Un film que le debe todo a su protagonista, Meryl Streep

Personaje controvertido tanto para sus compatriotas como para los ciudadanos del mundo en general y específicamente los argentinos, Margaret Thatcher merecía una mejor película que La dama de Hierro. Por su influencia en la vida social británica y sus fuertes posturas de política tanto interna en los 11 años que permaneció en el poder, fue uno de los personajes más influyentes del planeta. Una posición nunca antes alcanzada por una mujer.

Y aunque el film de Phyllida Lloyd, cuya otra única experiencia en el cine fue al frente de la espantosa Mamma Mia!, intenta resaltar la determinación y fuerza que una mujer necesitó para llegar tan alto, lo hace "denunciando" su falta de interés en asuntos más femeninos como su matrimonio e hijos. Una línea del relato que borronea el supuesto feminismo del guión escrito por Abi Morgan que imagina a la Thatcher de la actualidad como una anciana al borde de la demencia que recuerda porciones de su vida tanto pública como privada.

Contradictoria respecto de su mensaje sobre las mujeres en el poder e insulsa cuando se trata de tomar partido, o no, por las ideas conservadoras de la primera ministro, la película cuenta con un valor inestimable, una ventaja que por momentos equilibra su desequilibrado desarrollo. Meryl Streep es el ingrediente para nada secreto que eleva a La dama de hierro y hace de cada una de las escenas algo más que la suma de sus desprolijas partes. Decir que Streep es una actriz excepcional y que es muy difícil no creerle cualquier papel que interprete no es novedad. Tampoco lo es su gran capacidad para la mímica de acentos que en este caso combina el inglés británico con las peculiaridades del habla de un personaje conocido y ampliamente documentado. Claro que aunque todo esto el espectador lo sabe cada vez que ve una película de Streep, su talento es de esos que nunca se vuelve redundante ni superficial.

En este caso es ella, más que la guionista o la directora, quien entendió y encarnó la esencia de Thatcher, sus aspectos más admirables y sus costados despreciables. Gracias a un trabajo de maquillaje notable que acerca las facciones de Streep a las de su criatura sin exageraciones ni trazos gruesos -algo que no consiguieron los expertos con Leonardo DiCaprio y su J. Edgar Hoover-, la actriz más que interpretar habita a esa anciana que deambula por una casa vacía alucinando a quien ya no está. Ni la corte de políticos y estadistas que la acompañaron tanto como resistieron su presencia ni su marido Dennis, interpretado por Jim Broadbent, con la suficiente habilidad para no ser sobrepasado por el festival de Streep. Que se da el gusto o el permiso de humanizar a un personaje complejo que de anciana llega a aleccionar a un médico que comete el error de preguntarle cómo se siente cuando a ella siempre la preocuparon y ocuparon los pensamientos y no los sentimientos. Una declaración que cobra especial sentido durante las duras escenas en las que la señora en pleno ejercicio de su poder se ocupa de la Guerra por las Malvinas y manda a hundir el General Belgrano.