La dama de hierro

Crítica de Juan Carlos Fontana - La Prensa

Poder añejo y una dura vejez

Lo que impresiona es la reflexión del poder. Cómo nada permanece. Cómo hasta el más déspota y fuerte está condenado a envejecer y convertir la soberbia de algunos momentos, en el desamparo y la soledad del final.

Con el guión de la escritora Abi Morgan, "La dama de hierro" intenta adentrarse en la vida de Margaret Thatcher, Primera ministro del Reino Unido durante un período de once años (1979-1990). Su férrea política de privatizaciones, la intervención de los sindicatos, las críticas al presupuesto fiscal, una rígida política, desconfiando de una posible Unión Europea y la guerra de Malvinas, fueron acciones que hicieron surgir el nombre de "dama de hierro", por el que se la conoce.

El filme de Phyllida Lloyd toma a la que fuera primera dama, retirada, ya aquejada por enfermedades de la vejez, que, a través de flashbacks, evoca momentos de su vida.

EN EL PASADO

Así se asiste a momentos de su pasado como hija de un negociante que aquí se lo convierte en un simple almacenero, cuando la realidad habla de sus tareas de concejal, párroco metodista y dueño de dos almacenes. Se alude a su orgullo de haber logrado el título universitario de abogada (tuvo también un bachelor en química), su incorporación a la política ayudada por su esposo, y posteriormente las acciones que la llevaron a convertirse en la primera mujer que ostentó el título de Primera ministro de Gran Bretaña.

La película parece aprovechar el tono de la enfermedad mental de la protagonista para fragmentar información, no profundizar demasiado en los hechos de gobierno y subrayar, eso sí, ese pragmatismo y dogmatismo que llevaron a su gobierno de tintas gruesas, de diálogos casi imposibles y decisiones exasperadas (caso Malvinas al que ni las cuestión económica, ni cierta desmesura en las dimensiones de los contrincantes, algo así como David y Goliat, en terreno libre o los esfuerzos de Alexander Haig lograron torcer las pétreas decisiones de la Thatcher).

GANADORA SEGURA

Si la película no excede las líneas de una película tradicional, el brillo de una extraordinaria actriz puede hacer olvidar la trama y reservar la mirada para seguirla hipnóticamente en todos sus momentos. Porque eso pasa con Meryl Streep, segura ganadora del próximo Oscar. Su presencia opaca todo lo que se forma a su alrededor, hasta la notable labor de Jim Broadbent y las muy destacadas de Olivia Colman y Susan Brown.

Su rostro, su posición corporal de joven y vieja, su insipidez, esa falta de simpatía natural que tuvo la imagen de Thatcher, todo convence en esta increíble actuación. Ver la mirada vieja de una señorona en tren de demencia y continuar observándola cuando la mirada se rejuvenece en un segundo y parece reflexionar en lo peligroso de ese viaje mental, es un experiencia para el espectador que ame el cine.

Lo que impresiona es la reflexión del poder. Cómo nada permanece. Cómo hasta el más déspota y fuerte está condenado a envejecer y convertir la soberbia de algunos momentos, en el desamparo y la soledad del final.

Si algo faltó en este filme, es quizás grandeza. Pero sin embargo Phyllida Lloyd, la directora, tuvo que ver en la elección de actores y se dedicó a lograr los nejores momentos al declive de una personalidad que se niega a ser vencida.