La dama de hierro

Crítica de Francisco Nieto - CineFreaks

Biopic de bajos vuelos

Confieso que Meryl Streep no es de mis actrices preferidas, aunque siempre que acudo al cine a ver alguno de sus films intento despojarme de cualquier prejuicio previo para darle una oportunidad y descubrirle valores interpretativos que normalmente se me escapan. Con estas premisas me dispuse a disfrutar de La dama de hierro, último de sus trabajos que, como casi siempre ocurre desde hace ya más de una década, catapultarán a la actriz de New Jersey a su enésima nominación para los Oscars. Pues bien, más de lo mismo.

Asistimos a un espectáculo interpretativo de gestos y mohínes varios donde da igual que el personaje homenajeado para la ocasión sea Margaret Tatcher, Christina Onassis o Cristina Fernández de Kirchner. Se trata de Meryl Streep en toda su esencia, y el resto de elementos que conforman el conjunto no tienen más objetivo que acompañar como meros comparsas su protagónico.

Lo que si resulta muy curioso y digno de resaltar es como la directora Phyllida Lloyd, quien ya dirigiera a Streep en la muy movida Mamma Mia!, haya optado por trasladar a la pantalla una biopic tan descafeinada y poco creíble tratándose de una figura política tan emblemática y polémica como la de la primera mujer que llegó a alcanzar el rango de Primer Ministro en Gran Bretaña.

Cualquiera que haya seguido de cerca la trayectoria de esta auténtica mujer conservadora (en todos los sentidos posibles) quedará atónito cuando vea como los pasajes más oscuros de su vida, tanto familiar como política (problemas de sus hijos con la droga, amistades tan poco aconsejables como las de Ronald Reagan o Augusto Pinochet, la guerra de las Malvinas) son tratados de forma harto superficial o incluso son obviadas de manera sonrojante. El público argentino, por ejemplo, tiene todo el derecho del mundo a indignarse cuando se den cuenta de que aquella mandataria británica, a quien no le tembló la mano ni tan sólo un instante para enviar a sus tropas a una cruel guerra, se convierte por obra y gracia de los milagros del guión en una mujer piadosa y compungida que sufre por el destino de sus soldados, enviando a sus madres de su propio puño y letra una carta donde se muestra compasiva y comprensiva. Un auténtico disparate.

En algunas escenas donde se ensalzan los logros y se minimizan los errores parece una cinta que filirtea con la ciencia ficción en lo que podría denominarse más como política ficción . Es una pena, porque aparte de la diva de la función desfilan por la pantalla un plantel de actores muy dignos que se ven ninguneados por un libreto que no les presta la más absoluta atención. Nombres tan importantes y reconocidos de la escena británica como Jim Broadbent (el profesor Horace Slughorn de la saga Harry Potter) o Iain Glen (conocido por la serie Games of Thrones), quedan eclipsados ante la proliferación de muecas, guiños y monerías varias de una actriz que, aparte de haberse convertido por derecho propio en un icono gay, tiene todos los números para convertirse en la reina de los tics, lugar que en versión masculina hace tiempo que lideran Robert de Niro y al Pacino.

Pero como no todo va a ser negativo en esta pasable película, debemos de destacar la labor de maquillaje a base de capas que permite que los saltos temporales que abundan en la trama tengan una fuerza y credibilidad inusitada, así como aquellos momentos en los que, después de haberse graduado en la prestigiosa universidad de Oxford, la Tatcher debe lidiar con una cantidad ingente de políticos varones, chapados a la antigua, que no permiten que una mujer venga a aleccionarles sobre cómo se debe dirigir un país. Y por supuesto, no se puede obviar la vertiente camaleónica de una actriz que no sólo calca el acento y la pose de su personaje sino que incluso llega a fagocitarlo.

Si consigue o no convencer a los miembros de la Academia de las excelencias de su trabajo, ese es otro cantar, pero lo que queda bstante claro es que La dama de Hierro, como película se queda en un absoluto quiero y no puedo.