La cumbre escarlata

Crítica de Sergio Del Zotto - Visión del cine

Hoy llega a los cines la última producción de Guillermo del Toro (Titanes del Pacifico, El Laberinto del Fauno), La Cumbre Escarlata.
Edith Cushing es una aspirante a escritora que debate su amor entre un amigo de la infancia y un enigmático inglés recién llegado a Búfalo, que busca inversionistas para su maquina de extracción de arcilla. Además, el inventor ha llegado con su hermana, gélida y algo siniestra. Cuando el padre de la joven muere en extrañas circunstancias, ella se traslada a Inglaterra, a vivir con ellos en una decadente mansión gótica, donde aparecerán los fantasmas del pasado.

Guillermo del Toro realizó una película que es mas una historia de amor con toques sangrientos, que de horror en el sentido que viene desarrollando el cine en los últimos tiempos, con su parafernalia de demonios y cámara en mano. El creador de El espinazo del diablo elige un tono calmo, elegante y opulento para narrar su cuento. En ese sentido, el realizador de El laberinto del fauno, homenajea a los productos de la factoría Hammer, cuyo responsable, Michael Carreras decía que sus películas de bajo costo y alto rendimiento eran como cuentos de hadas. Que Cushing sea el apellido de la protagonista es clave para entenderlo, la palidez de los dos hermanos, y el deliberado poco uso de tecnología por computadora, que le dan una apariencia más artesanal, a la antigua.

Se vale también de algunas licencias en el uso de anacronismos: una muy antigua casa gótica con ascensor, máquinas de escribir, automóviles y algún aparato de grabación que quizás sean posteriores a la época victoriana en que transcurre la historia. La mixtura de todos estos elementos dan como resultado una atmosfera que es clave para envolver climáticamente lo que es en definitiva un entramado de pasiones prohibidas con el agregado, en dosis no muy grandes, de fantasmas. Fantasmas en este caso, no buscan venganza, sino advertencia.

En la segunda mitad de la película la casa adquiere protagonismo como un personaje más. La mansión se están hundiendo en tierras arcillosas de color carmesí, como la sangre y por sus caños ¿las venas? corren aguas del mismo color. Es oscura, como los secretos que cobija y en su lobby principal tiene un gran agujero en el techo, por el que entra la nieve y un haz de luz, a la manera de las grandes catedrales góticas, rasgo que es uno de los principales en este estilo, para simbolizar la presencia divina.

El elenco parece haber nacido para encarnar estos personajes. Mia Wasikowska, que saltara a la fama en Alicia en el país de las maravillas, se luce como quien en busca de su destino trágico, en pos de su deseo, desoye consejos. Jessica Chastain es lady Lucille, la perversa hermana de Thomas Sharpe (Tom Hiddleston). Ambos fríos y calculadores. Carter Cushing (Jim Beaver) es el padre de Edith y Charlie Hunnan, el eterno enamorado, que es además un médico que oficia casi de detective.

Del Toro no ahorra preciosismos en el arte de la película, el vestuario, los peinados, los decorados y la fotografía son de un nivel tan alto de excelencia que abruman. Y en ciertos momentos todo ese esplendor corre el riesgo de opacar la historia. Para quienes se babean con estas maravillas, basta decir que existe un libro: Crimson Peak: The art of darkness, que muestra al detalle cada uno de los aspectos de antes mencionados.