La cumbre escarlata

Crítica de Pedro Squillaci - La Capital

Hay grandes películas con malas promociones y pequeñas películas con un marketing deslumbrante. “La cumbre escarlata” tiene un mix de lo citado. No es para decir que es una mala película pero tampoco es una producción que marcará una bisagra en el séptimo arte y mucho menos en la filmografía de Guillermo del Toro. Instalada en el género de terror gótico, el filme tiene una cuota de morbosidad, oscuridad, fantasía y suspenso en medio de una estética lúgubre, con fantasmas muy presentes y sangre en dosis aceptables. Y eso sí, con el romanticismo y la pasión como eje dramático. Edith (Mia Wasikowska) se enamora del barón Thomas Sharpe (Tom Hiddleston), quien tiene un extraño vínculo con su hermana, la sutil villana Lucille (logrado rol de Jessica Chastain). Thomas es inventor de una máquina atípica y le va la vida en que ese engendro funcione. Para eso tendrá que conseguir a alguien que le banque el proyecto, y con ese objetivo buscará poderosas mujeres para seducirlas, usarlas y tirarlas. Hasta que llega Edith y el amor meterá la cola hasta complicar o no sus planes. El director mexicano sigue lejos de sus dos obras maestras “El espinazo del diablo” y “El laberinto del fauno”, pero al menos se da el lujo de dar guiños hacia lo más logrado de su obra, sobre todo en los últimos 20 minutos de esta historia. Aunque no sea una gran película, tampoco es para dejarla pasar.