La cumbre escarlata

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

A fuerza de un trabajo arduo y consistente a lo largo de dos décadas, Guillermo Del Toro se ha convertido en uno de los grandes exponentes del cine fantástico de la actualidad. El mexicano tiene un ojo delicado para abordar la oscuridad de nuestro mundo o la de otros y cada uno de sus trabajos tiene cualidades distintivas que lo han elevado a un status de maestro artesano dentro del género. Así se convirtió en una fuerza considerable dentro de la industria, un cineasta que no teme asumir riesgos con los múltiples proyectos que lo apasionan. Y hay que hacer especial énfasis en este último aspecto, dado que son muchos los films que llaman su atención y sin embargo son pocos los que se vuelven una realidad, con frecuencia detenidos en un limbo de desarrollo del que no pueden salir, hasta que él decide pasar a otra cosa. El que ahora llega a los cines del mundo es Crimson Peak, un relato gótico con el potencial para convertirse en una verdadera obra maestra, pero que sin embargo provoca una incontrastable sensación de desilusión.

La última película del realizador porta una atmósfera tradicional que la emparenta a clásicos literarios de la época. Hay explícitas menciones a Jane Austen, Mary Shelley o Arthur Conan Doyle, pero no se puede dejar de lado la influencia de novelas como "Otra vuelta de tuerca", de Henry James. No obstante, los fantasmas de este film no son alusiones ambiguas, sino que por el contrario son bien reales. No son espectros vengativos que buscan la muerte de los protagonistas, sino que más bien son metáforas de un pasado que está bien presente, integrales a la trama y vitales para el desarrollo de los personajes. La Cumbre Escarlata es un film fantástico de misterio, con almas en pena que buscan justicia por vías diferentes a las del cine actual.

Es que tan solo bastan unos minutos de metraje para llegar a la conclusión de que se trata de una producción firmemente anclada en un tipo de cine clásico que se ha abandonado hace décadas. Desde hace años que el terror sufre una involución en estilo y técnica, más apoyado en la porno-tortura, el gore gratuito y los sustos prefabricados, motivo por el cual se celebra con tanto entusiasmo cada vez que un realizador ofrece algo diferente –The Conjuring, It Follows-. Del Toro entrega un romance gótico de un nivel de belleza imposible de negar, con un enorme diseño de producción, vestuarios y escenarios, acompañados de una fotografía de primer nivel que sobresale con sus juegos de iluminación. Constituye un verdadero festín visual, que se vincula a lo hecho en El Espinazo del Diablo o El Laberinto del Fauno pero con el presupuesto de una de las grandes superproducciones que ha encarado.

Y así como tiene en el bolsillo el aspecto gótico, Crimson Peak no logra consolidarse en la parte más importante, la del relato. Del Toro hace una larga y detallada introducción a la historia, presentándonos a los actores principales, sus objetivos y motivaciones. Es tan extenso este preámbulo, y tan minucioso, que elimina cualquier tipo de factor sorpresa. Quizás no se tenga la minucia de la cuestión, pero sin duda alguna se posee lo suficiente como para que la película entre en un perjudicial camino de previsibilidad, pudiéndose anticipar algunas cuestiones argumentales claves. Burn Gorman se destaca en su papel mínimo como el detective Holly, pero su breve inclusión –de la que quizás se podía prescindir- devela el misterio demasiado pronto.

Mia Wasikowska entrega una buena actuación en un papel que le sienta como anillo al dedo, mientras que Jessica Chastain y Tom Hiddleston se llevan los aplausos como la pareja de hermanos que oculta más de lo que dice. Charlie Hunnam, por su parte, no parece estar del todo aprovechado, mientras que Jim Beaver (Supernatural) ofrece la habitual sólida interpretación de figura paterna firme pero adorable. Desde el elenco a sus elecciones musicales, pasando por todo lo que hace al componente visual de su película, cada decisión de Del Toro es acertada. Pero el guión que escribió junto a Matthew Robbins (Mimic, Don't Be Afraid of the Dark) limita su vuelo, priorizando la estética por sobre la sustancia, y transforma un film extraordinario en algo ya visto.