La cumbre escarlata

Crítica de Jorge Luis Fernández - Revista Veintitrés

El encanto del horror gótico

En el inicio, Guillermo del Toro modeló un estilo de horror gótico con alta incidencia de la fantasía y la maldad, acorde a las fábulas europeas, y cuando regresa a las fuentes, entre algún tanque de ciencia ficción, lo hace cada vez mejor. La protagonista de La cumbre escarlata, Edith Cushing (Mia Wasikowska), comienza a escribir cuentos de fantasmas tras percibir la presencia de su recién fallecida madre. Hija de un comerciante adinerado, prototipo del norteamericano emprendedor de fines del siglo XIX, Edith se involucra con cualquiera que lea promesa en sus páginas. Así aparece Sir Thomas Sharpe (Tom Hiddleston), un noble inglés caído en desgracia que busca financiación para su proyecto, una excavadora para extraer arcilla. El negocio fracasa, pero Edith se enamora de Thomas y abandona Nueva York para vivir junto a él en su castillo de Cumberland, donde la tierra es nevada pero el suelo, rojizo (de ahí el título, Crimson Peak). En el tétrico castillo inglés reaparecen los fantasmas, un perro dado por muerto y Lucille (Jessica Chastain), la perversa hermana de Thomas.
Del Toro dice haber querido homenajear a clásicos de la casa encantada como The Haunting, de Robert Wise, y The Innocents, de Jack Clayton, pero la película es más bien un romance gótico, sin desmedro de una atmósfera posesiva y ruinosa que sí evoca a los clásicos. Las actuaciones de los tres protagonistas, especialmente las de Hiddleston y Chastain, son superlativas, como también lo son los diálogos, de cierto humor negro y carentes de frases gratuitas o prosaicas. En cierto sentido, La cumbre escarlata es otra historia de amor corroída por un pasado enfermizo, pero el guión y la realización evita lugares comunes, seduce con la fotografía del danés Dan Lautsen (Mimic, Nightwatch) y envuelve en una historia de cautividad y crueldad, como releer a los clásicos de Bram Stocker y Mary Shelley.