La cumbre escarlata

Crítica de Hernán Khatchadourian - Diario Popular

En la cima del miedo

La nueva obra maestra de Guillermo Del Toro no hace sino confirmar que el creador de algunos de los mejores exponentes del género no le perdió el ritmo a ese tipo de historias.

El cine de terror de la vieja escuela, ese de los fantasmas que asustaban o los monstruos que se esconden debajo de la cama, no el de la camarita en mano que busca el susto fácil, tiene un heredero digno en la (gran) figura del mexicano Guillermo Del Toro.
Decir que este director, fanático confeso de Federico Luppi, es un maestro de este tipo de cine es quedarse corto, puesto que demostró a lo largo de su carrera que domina a la perfección los tiempos de la acción (Blade II), la ciencia ficción (Titanes del Pacífico) y la épica (El Hobbit).
Sin embargo, su excelente desempeño detrás de la cámara en filmes como El Espinazo del Diablo y El Laberinto del Fauno, Cronos (protagonizada por Luppi), Mimic y la serie The Strain (de la cual es el guionista) lo convierten en un referente absoluto en la materia.

Por eso, el anuncio de La Cumbre Escarlata (Crimson Peak) causó gran expectativa entre sus seguidores ya que prometía llevar sus historias a la Inglaterra victoriana, uno de los escenarios que el director siempre quiso visitar de la mano de alguna adaptación del escritor H.P. Lovecraft.
Sin embargo, su carrera –una sucesión de sorpresas- le permite a Del Toro visitar esa oscura tierra de la mano de su propio relato en una historia que creó basada en sus momentos cinematográficos y literarios favoritos.
Todo comienza en la ciudad de New York a fines del siglo XIX cuando la aspirante a escritora Edith Cushing (Mía Wasilowska, la protagonista de la Alicia en el País de las Maravillas de Tim Burton) se enamora perdidamente de un inventor de alta alcurnia que llegó de Inglaterra a ofrecerle a su padre la posibilidad de construir una máquina excavadora.
Sin embargo, el hombre rechaza el proyecto y obliga al joven a alejarse de la vida de su hija pero su (¿oportuna?) muerte le deja a Edith vía libre para unirse a Thomas (Tom Hiddleston) y cruzar el atlántico hasta la devastada mansión familiar que compartirán con la hermana de este, Lucille (Jessica Chastain), un perro y...¡muchos fantasmas!

Inteligente en su planteo, Del Toro organiza la historia en una serie de episodios que separa con un "irish shot" o cierre de plano al estilo de los filmes mudos de la década de 1920, al tiempo que homenajea a los viejos filmes de mansiones embrujadas góticas y secretos familiares que la productora británica Hammer Films popularizó en entre 1955 y 1979 y que protagonizaron actores de la talla de Christopher Lee y Peter Cushing (de quien la protagonista toma su apellido).
Asimismo, el director de la película ha dispuesto de cientos de recursos para que el relato avance y estos colaboran para crear una atmósfera que por momentos se convierte en opresiva y que con la ayuda del director de fotografía Dan Laustsen y los efectos especiales que generan a los fantasmas terminan de lograr el efecto deseado: sentir el deseo de huir de la sala al poco tiempo.
Las actuaciones se miden en un plano aparte ya que Wasilowska cumple un rol más que efectivo pero los que verdaderamente se llevan las palmas son Hiddleston (más conocido como el dios nórdico Loki de las películas de Thor y Vengadores) y Chastain, cuya Lucille sabe desaparecer de escena y regresar con una fuerza inusitada en diferentes tramos del relato.

En definitiva, La Cumbre Escarlata no sólo cumple en forma efectiva con su propósito sino que también se convierte en un exponente de esos que se puede utilizar para explicarle a los cinéfilos más jóvenes cómo se logra una clase efectiva de chucho en la gran pantalla.