La cumbre escarlata

Crítica de Gaspar Zimerman - Clarín

Bello homenaje al gótico

El director de “El laberinto del fauno” hace un guiño al género del Hollywood de los años dorados.

Guillermo del Toro definió a La Cumbre Escarlata como un homenaje al gótico -en sus dos vertientes: drama y terror- de los años dorados de Hollywood y de la Hammer Films inglesa. Ahí está el secreto del gran placer que produce: es una historia clásica, con ingredientes románticos, sobrenaturales y de cuento de hadas, que nos transporta a aquella etapa de la industria mediante una refinada ingeniería visual.

Un misterioso noble inglés (Tom Hiddleston, el Loki de Thor y Los Vengadores) llega a los Estados Unidos de principios de siglo XX para enamorar a una despabilada damisela de la alta sociedad neoyorquina (Mia Wasikowska, la Alicia de Tim Burton) y llevársela a su decadente mansión en Inglaterra. Ahí, ambos convivirán con la siniestra hermana del caballero (Jessica Chastain) y con los fantasmas que habitan la decrépita casona.

La reconstrucción de época en la primera parte, que se desarrolla en la Nueva York del 1900, es exquisita. Y el goce visual va in crescendo, porque el caserón es imponente y todo un personaje en sí mismo, con sus recovecos, sus insectos, sus espectros, su techo agujereado y sus cimientos hundiéndose en arcilla roja como la sangre.

Una estética que es marca registrada de Del Toro: él considera a La Cumbre Escarlata como parte de una misma trilogía temática y visual junto a El espinazo del diablo y El laberinto del fauno. El mexicano señala muchas referencias literario-cinematográficas para esta historia, con Rebecca, de Daphne Du Marier/Alfred Hitchcock, Cumbres borrascosas, de Emily Brontë/William Wyler, y Jane Eyre, de Charlotte Brontë/Robert Stevenson, como las más reconocibles. Abunda ese tipo de menciones: por ejemplo, la protagonista se llama Edith Cushing por Edith Wharton y Peter Cushing, estrella de la Hammer Films.

Pero así como la película alcanza la excelencia visual, dramáticamente se va desinflando. El misterio se disipa con explicaciones redundantes e innecesarias. Y el clima ominoso tan delicadamente construido termina ahogándose en un inesperado baño de sangre, un toque gore que deja en ridículo a lo que hasta entonces, para decirlo en palabras de la protagonista, había sido una bella historia con fantasmas.