La culpa

Crítica de Emiliano Fernández - Metacultura

Desesperación a retazos

El poderío de la danesa Culpable (Den Skyldige, 2018), dirigida y escrita por Gustav Möller e indudablemente una de las mejores óperas primas recientes de cine de género junto a Ingrid Goes West (2017) de Matt Spicer, Thoroughbreds (2017) de Cory Finley y Hereditary (2018) de Ari Aster, radica en su aparente simpleza retórica, lo que repercute de inmediato para bien del otro lado de la pantalla: en esencia estamos frente a 85 minutos de conversaciones telefónicas entre Asger Holm (el genial Jakob Cedergren), un policía que trabaja en la central de emergencias -un 112 equivalente al 911- de Copenhague, y diversos personajes a lo largo de una epopeya dolorosa y de una enorme autenticidad emocional en la que la cámara jamás sale del recinto de turno ni se despega del protagonista ni abandona el formato “tiempo real”, engranajes que obligan al espectador a imaginarse las distintas variantes del sutil infierno verbal desencadenado por una llamada de una tal Iben (Jessica Dinnage) diciendo que está siendo secuestrada por su ex esposo, Michael (Johan Olsen).

Lejos de la catarata de idioteces de la formalmente similar 911: Llamada Mortal (The Call, 2013), típico producto hollywoodense en donde un comienzo interesante pronto daba paso a esos delirios rimbombantes de siempre que no sólo traicionan el espíritu inicial sino que vuelcan todo el asunto hacia la incredulidad basada en la premisa vetusta “hombre/ mujer común reconvertido en héroe improvisado”, aquí en cambio tenemos una situación bien mundana que deriva hacia el espanto dentro de los parámetros fijados por la misma profesión de Holm, la de atender pedidos de auxilio por sucesos varios que van desde una sobredosis y el robo por parte de una prostituta hasta peleas callejeras y una burguesa estúpida y borracha que se cayó de la bicicleta. La llamada central en cuestión, la que funciona como catalizador de un estado psicológico ya de por sí caldeado en lo que atañe al protagonista, gira alrededor del rapto de Iben, quien es amenazada por Michael con un cuchillo y conducida en una camioneta hacia un destino incierto durante una noche al azar.

No pasa mucho tiempo hasta que descubrimos el verdadero eje de los acontecimientos a la distancia, producto del fluir de las charlas, los procedimientos estatales a seguir en la atención de emergencias y el mismo interés de un Asger exasperado que se va involucrando cada vez más en los incidentes a nivel personal: en la casa de la secuestrada quedaron los dos hijos de la pareja, una nena chiquita, Mathilde (Katinka Evers-Jahnsen), y un bebé que ha sido descuartizado, Oliver. Como ya avisó a los escuadrones de turno y en términos legales no puede más que aguardar un resultado positivo, Holm comienza a desesperarse porque -precisamente- la angustia de Iben y Mathilde es muy contagiosa y lo lleva a tratar de solucionar el embrollo controlando a los diferentes implicados, léase los integrantes de la atribulada familia, colegas del otro lado de la línea y un ex compañero de calle, Rashid (Omar Shargawi), con quien hasta hace poco patrullaba Copenhague cuando todo se vino abajo por un suceso que provocó el traslado del hombre al 112 y un “problemilla” judicial.

Toda esa integridad narrativa y anímica que suele escasear en las películas mainstream contemporáneas encuentra nueva vida en las obras de cinematografías alternativas como la de los países nórdicos, la cual a su vez supera por mucho lo que suele ofrecer el resto de una Europa que gusta de copiar los elementos más pueriles del enclave norteamericano, como si la introducción de un mínimo acento local garantizase la eficacia de productos casi siempre tan redundantes como los yanquis. El realizador Möller no sólo mantiene alta la tensión desde un minimalismo exquisito, que curiosamente le escapa a las bellas argucias clase B de -por ejemplo- la recordada Enlace Mortal (Phone Booth, 2002), sino que además sabe construir un thriller abstracto y de entorno cerrado con una pata muy fuerte en el esperable trauma de base del protagonista, uno que no es tal ya que apunta a una suerte de disposición psicológica de larga data de Asger -representante de todo el aparato represivo- relacionada con el arte de trabajar bajo presión y con la impunidad al alcance de la mano.

Más allá de una progresión muy lograda donde la pirotecnia está contenida y nunca se sale de cauce ni desemboca en lo inverosímil, el mayor mérito de Culpable es de hecho su talante naturalista y prosaico, cuyo objetivo fundamental está orientado a retratar tanto cómo funciona el ser humano cuando se siente agobiado como su tendencia a destruir todo lo que se interpone entre él y la paz deseada, ya sea a nivel consciente (el mismo Holm) o inconsciente (la familia de Iben y Michael). El debut de Möller enfatiza aquello de que no hace falta una colección de escenas de acción para enervar la dinámica del relato o un adalid de las “causas justas” maniqueas para despertar empatía o una serie de latiguillos caducos para justificar la redención de fondo, apenas si necesitamos un buen guión, una dirección firme y un actor como Cedergren, aquel de la también maravillosa Terriblemente Feliz (Frygtelig Lykkelig, 2008), intérprete taciturno que desparrama honestidad en cada secuencia a partir de pivotes escénicos bien austeros: el presente film enaltece la crudeza de la desesperación terrenal a retazos y pone de relieve la necesidad de recuperar el suspenso sustentado en el desarrollo de personajes y la inexistencia de eufemismos conservadores…