La cueva de los sueños olvidados

Crítica de Migue Fernández - Cinescondite

Estos fueron días de mucha reflexión acerca de la figura de Werner Herzog y su cine más grande que la vida. Días en que descubro que me apasionan sus trabajos, sus ganas de mostrar algo nuevo, algo diferente, controlando las herramientas que el arte le provee, doblando las reglas cinematográficas a su antojo. Los años le dieron prestigio, el prestigio le dio capacidad financiera, y esta capacidad financiera le brindó la cintura para embarcarse en todo tipo de realizaciones. Proyectos enormes, de gran originalidad, que le permiten circular con fluidez entre el registro documental o la ficción. En los últimos años se ha convertido en uno de los directores más prolíficos, dejando a su paso un legado de grandes obras. Entre estas puede ser incluida Cave of Forgotten Dreams, película que llama la atención desde la premisa, ya que si el director de clásicos de todos los tiempos como Aguirre o Fitzcarraldo decidió hacer una película en 3D, eso es algo digno de ver.

En la cueva Chauvet-Pont-d’Arc no puede entrar nadie ajeno al equipo de investigadores, historiadores o paleontólogos que la estudian desde que fuera descubierta en 1994. Proponiendo que la película fuera propiedad de Francia y cobrando sólo un euro de honorarios, el Estado francés le otorgó al alemán el permiso para documentar su interior. Esta oportunidad de ingresar en terrenos prehistóricos supuso una serie de restricciones. Sólo se le permitieron cinco jornadas de rodaje de cinco horas cada una, luces portátiles de baja intensidad para no calentar el entorno, no tocar nada ni salir del camino señalado, y sólo pudo entrar un equipo de cuatro, por lo que cada uno tuvo tareas específicas. Conociendo las limitaciones técnicas, Herzog supo aprovechar al máximo lo que tenía al alcance de la mano y eligió un formato tan ajeno como el 3D como medio capaz de transmitir con fidelidad el interior de la cueva, debido a los relieves y texturas de la roca.

Una vez más el director se embarca en una de sus aventuras hacia terrenos desconocidos, sobre los que arroja luz por medio de entrevistas a los principales involucrados en la investigación así como también por sus propios registros fílmicos. Son algunos de estos testimonios los que terminan causando algunas molestias, introduciendo valoraciones subjetivas y conjeturas que no terminan cerrando del todo. Respecto a lo que se ve, es algo único el sentirse parte de una experiencia colectiva de descubrimiento, sabiendo que alrededor nuestro hay más de 300 personas que con ojos de niño vislumbran por primera vez esas imágenes hermosas. Es que más allá de su valor histórico estas tienen un valor artístico, lejos de tratarse de las conocidas pinturas rupestres de hombres hechos con líneas rectas, los animales que se avistan, especialmente la pared dedicada a los caballos, son representaciones perfectas.

Herzog asombra, maravilla, conmueve y hacia el final advierte y preocupa. Una central nuclear opera a unos pocos kilómetros de distancia de este patrimonio del hombre, causando trastornos tanto en la flora como en la fauna. Los cocodrilos que a causa de una mutación genética son albinos, hace algún tiempo atrás se hubieran presentado como un desvío por parte del director hacia otros tópicos por los que ya ha demostrado interés. Hoy no obstante, a un mes de la tragedia de Japón y los peligros de un desastre nuclear aún latentes, adquieren un valor casi premonitorio y se convierten en un llamado de atención para toda la humanidad.