La crucifixión

Crítica de Angel Faretta - A Sala Llena

El exorcismo según Ionesco

Permítaseme comenzar con algo personal. Décadas atrás un periodista, bastante bueno en lo suyo, me hizo la propuesta de escribir un guión para un film. Género: “terror”, repetía. Bien. Había trasegado ingentes dosis de vhs en copias abominables que por entonces circulaban producto de ediciones locales que lindaban con lo delictivo.

Había bocetado un diagrama compuesto de minutos y de intensidades en las cuales –según su estudio sesudo- había que emitir mandobles audiovisuales, para “impactar” al espectador. Había escrito una sucinta escaleta de casa tomada o cosa semejante; aunque aquí no me mostró los planos. No sabía dibujar.

Pregunté “¿y entonces qué es lo que puedo hacer?” Muy suelto de cuerpo me zampó, “con la memoria que tenés y con todos los films que viste se trata que cada mazazo te encargues de excavarlo de tantas escenas guardadas en tu coleto”. La transcripción del diálogo corre por mi cuenta…

Desde luego que todo quedó en nada y finalmente dirigió una película con actores disfrazados de pobres.

Lo que en aquel tiempo fuera un absurdo ahora ha regresado y vuelto miles de bodrios. Uno de ellos, de factura inglesa-rumana con director francés, y posiblemente con utilero de Andorra, ha caído como maligno aerolito en surtidas salas porteñas.

Una periodista con cara de estar siempre en Babia y que se pasea como media hora linterna en mano por vericuetos de la campiña rumana, y por interiores de mampostería ominosa, seguramente en busca de los fragmentos ebrios de un guión insensato, debe llevar a cabo una investigación para un barbón editor ubicado en Nueva York y que dice tonterías mediante celulares que no fallan nunca.

Debe investigar –en fin- sobre un sacerdote de la iglesia ortodoxa rumana que ha practicado un exorcismo sobre una monja a la que le ha provocado la muerte debido a su celo sacerdotal, cuando al parecer podía haber sido curada con ribotril y chalecos de fuerza.

Al estar la cosa desarrollada en Rumania, uno podía imaginar que se acercarían o que tan siquiera buscarían la hospitalaria y sabia compañía de Mircea Eliade. En realidad, y por la indecible cantidad los absurdos puestos a destajo, ha sido su paisano Eugène Ionesco el numen inspirador.

La tal Nicole –se llama así- bobea de un lado para el otro, obtiene la ayuda de un sacerdote local que arroja sobre ella y nosotros una chorrera de información verbal extraída de una entrada improvisada de wikipedia. “Posesión”, “demonio”, “libre albedrío” y demás, sin la menor intención de buscar algún correlato objetivo o segunda historia –conocida también como puesta en escena- para afincar tamaña teología de crucigrama.

Así, como mi legendario periodista de terror cronometrado ansiaba entonces, abundan bichos, con preferencia por arácnidos, gritos, ojos en blanco (a veces los ponen en negro), puertas y ventanas que se abren a capricho, para culminar en toda serie de levitaciones en diversas posiciones calisténicas, y una cantidad de cruces vistas con criterio turístico, y que al parecer sobraron del presupuesto inicial y las repartieron por todos lados.

Hay también campesinos torvos, gitanos amenazantes, sueños húmedos de Nicole con el cura –y sí, qué creían- y todas las chapucerías imaginables de shock fotográficos sin la más mínima ilación entre ellos. En todo caso luego viene una didascalia soporífera donde se nos dice en un inglés defectuoso, qué diablos –más que nunca- terminamos de ver, en caso de no haber antes huido raudos de la sala, o de habernos entregado a los brazos de Morfeo; el mejor crítico cinematográfico que pueda existir.

Curiosamente el film –llamémoslo así- tiene buena intenciones en cuanto a lo religioso, pero no cae en la cuenta que aquí no se trata de un cursillo acelerado de demonología, sino de cine; y para ello debe saber tramar primero y poner en escena después.

Se tiene la torpe ilusión desde que Regan Teresa MacNeil, fuera poseída in illo tempore, que se trata tan solo de manotear cruces, sumar hemoglobina, salpimentar con griteríos, vestir a partiquinos con sotanas, y demás, para tener siquiera algo parecido a un film sobre exorcismo. Desde luego obviando dos factores esenciales: Friedkin y Blatty.

Mi periodista y cineasta en ciernes -ya legendario- se me aparece ahora como pequeño demonio burlón, y me grita satisfecho “¿no te dije?”