La crónica francesa

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

La redacción de un reconocido periódico, sito en una ciudad ficticia francesa, conecta la tríada de historias que dan vida y sentido a la nueva creación de Wes Anderson. Carta de amor al mundo periodístico, en «La Crónica Francesa» importa más la forma que el contenido. Sabemos que el realizador filma cada plano como si fuera un cuadro. Acudimos al cine para maravillarnos con su concepción del lenguaje: paisajes que se espejan, escenarios que se replican. Ficción dentro de la ficción. Puesta en escena para el próximo acto ilusorio. Aspecto lúdico que nunca deja de sorprendernos, inventiva visual que incurre, incluso, en el desafío de insertar tramos de animación, una faceta a la que Anderson ya había incurrido en “Fantastic Mr. Fox” (2009) e “Isla de Perros” (2018).

Anderson construye los pormenores de esta redacción, atendiendo a las manías, dilemas y obsesiones que atraviesa el oficio. Desbordante de citas y referencias cinéfilas, nos arroja al centro convergente de un universo recargado de influencias, elevando a la enésima potencia las marcas personales de una obra que no encuentra comparación en el mapa cinematográfico mundial. No ejerce su autor el autocontrol; por el contrario, su extravagante ingenio no conoce de censura ni objetividad. Marcas periodísticas ausentes en su concepción cinéfila. Anderson es un espíritu lúdico que, aquí, se rodea de habituales conocidos que suelen engalanar sus corales elenco. Allí están Frances McDormand, Bill Murray, Adrien Brody, Benicio Del Toro, Willem Dafoe, Jeffrey Wright, Edward Norton, Christopher Waltz, Tilda Swinton y Timothée Chalamet, dando vida, con mejor o peor suerte, a una galería de variopintos personajes.

Maquinaria cinemática que despertará jamás indiferencia, por momentos luce una sinfonía caprichosa, en su premisa de habitar una compleja estructura de cajas chinas. “La Crónica Francesa” es una laberíntica composición en donde el estilo somete al mensaje, con miras a transmitir el espíritu frenético que habita en unas paredes que viven, exudan y sienten un desmedido frenesí por el oficio. Manifiesto de autorreferencias que en su vertiginoso transcurrir pueda resentir el auténtico sentido de homogeneidad, lleva al paroxismo Anderson su estímulo emocional: texturas, coloraciones y geometrías van tejiendo, con extrema precisión, una cosmovisión que no pecará de cautela. Se reirá de los insulsos parámetros que regulan el mundo del arte contemporáneo, planeará un secuestro imposible, luego una fuga criminal de lo más disparatada, colocará a una ciudad bajo estado de sitio revolucionario y nos someterá bajo sus radicales designios visuales confluyendo en un obituario que funciona a modo de epílogo.

Anderson hace volar por los aires todo verosímil posible: satura la pantalla de objetos de lo más variados, coloca en boca de sus criaturas líneas de diálogo originalísimas y exige nuestra total atención para decodificar sus sentidos. Mixturará formatos, imbricará cronologías, congelará imágenes en un instante de estrépito y recurrirá al humor absurdo como elemento de cohesión infaltable. En la progresión de sus historias, puede verse la evolución de la paleta de colores de estos auténticos relatos novelados que jamás dejan de fascinarnos, inquietarnos o sublevarnos, resultante de las búsquedas conceptuales de toda su filmografía. El uso de tomas cenitales así como de planos generales, la omnipresente música incidental a cargo del siempre efeciente Alexander Desplat, un cuidadoso e iconoclasta vestuario y una gama cromática en pastel, destacan como algunos de sus recursos técnicos más mentados, omnipresentes aquí. En Anderson, es un fetiche ya, detalles visuales acuden como pistas al espectador. La naturaleza, fotografiada con colores cálidos, así como los tonos fríos para retratar paisajes urbanos, otorgan vivacidad a sus escenarios, conformando en su última y alucinada aventura un collage lisérgico de grandilocuentes proporciones. La fauna de una ciudad vibrante es inagotable de explorar.

Viñeta fílmica, anarquía visual y homenaje explícito a la Nouvelle Vague, corrobora «La Crónica Francesa» la faceta de experimentador sin freno del cineasta, abultando con su flamante obra un palmarés que acumula cinco nominaciones al Premio Oscar. Meticuloso explorador de cada detalle del plano, encontramos aquí rastros de “El Gran Hotel Budapest” (2014), como huella del gen visual de un exquisito; también la síntesis de una tríada de obras de temprana cosecha que son, a la fecha, considerados films de culto: “Rushmore” (1998), “Los Excéntricos Tenenbaums” y “La Vida Acuática” (2004). Podría el presente film inmiscuirse dentro de aquellos citados, conformando rasgos identitarios insoslayables. Su indiscutible gusto estético firmará a pie de página semejante declaración de principios.