La crónica francesa

Crítica de Javier Franco - Cinéfilo Serial

Después de más de un año de retrasos, finalmente llega a las salas de nuestro país la onceaba película del estadounidense Wes Anderson. Se trata de «The French Dispatch», uno de los estrenos más esperados del año. El prometedor metraje tuvo su debut mundial el 12 de julio, en el Festival de cine de Cannes. Desde octubre ya se encuentra disponible en los cines internacionales, encabeza las listas de lo más esperado y acarrea un largo repertorio de elogios que la respaldan.

La nueva entrega constituye la vuelta del cineasta a la dirección de personas de carne y hueso. Debemos tener presente que su estreno anterior fue «Isle of dogs». Una cinta animada en stop motion desarrollada en Oriente, que tiene de protagonistas a un par de perros. En esta ocasión, la sinopsis nos adelanta que está ambientada en la redacción de un periódico estadounidense en una ciudad francesa ficticia del siglo XX, con tres historias interconectadas entre sí. Un nuevo desafío en capítulos para el meticuloso realizador.

Antes de continuar con la lectura, recomendamos seguir al ritmo de «Obituary» para disfrutar de la reseña con el estado anímico correcto. Entendemos que esta pieza musical, parte del soundtrack original creado por Alexandre Desplat, comprende a la perfección la vibra general de la cinta.

Para empezar el bosquejo de nuestra crítica, debemos recordar que Anderson es un cineasta reconocido a nivel mundial – tal vez el más reconocido – por la complejidad de sus planos. Es un esteta con todas las letras. Su cine es de formas por sobre el contenido y, en esta oportunidad, reafirma su poderío en ese campo. Así que, aquellos que vengan sedientos del detallado, simétrico y lúdico sistema cinematográfico de colores pasteles, sepan que van a salir satisfechos y con unos cuantos extras inesperados.

El director suele ser creativo a la hora de inventar formas de narrar un relato sencillo. Sin embargo, en esta obra vamos a ver varios recursos ya utilizados en otras de sus piezas, pero lejos de verse cansino o repetitivo, se siente más como un perfeccionamiento de la técnica. Esos travellings laterales descriptivos que conectaban entre sí tres escenarios distintos en «The darjeeling limited», aquí conectan varias habitaciones más. Aquel barco partido al medio, de «The life Aquatic» es ahora un avión. Aquellos planos diseñados por milímetro en «The Budapest Hotel», se perciben inferiores al nivel de detalle de esta entrega – no viene mal recordar que históricamente se siente más cómodo rodando en interiores y entornos controlados – porque aquí las imágenes están mucho más cargadas de objetos variados en texturas y color, rememorando aquel caos de las redacciones editoriales de antaño. Tenemos escenas en su ya depurada técnica stop motion, incluye escenas en animación de dos dimensiones y realiza una curiosa combinación entre formatos e imágenes a color y monocromáticas. Damos fin con la enumeración para dejarle un poco de sorpresa al espectador, pero de todo este conteo nos surge una pregunta: ¿existe algún otro director que pueda recrear ese tan complejo y metódico estilo audiovisual? Si es que existe alguien así, por favor dejarlo en comentarios.

No todo es reutilización de recursos. El realizador toma sus riesgos al introducir un nuevo estilo de narración. En esta ocasión, el juego se encuentra en trasladar el último número de una revista francesa (The French Dispatch) a una pieza visual. Eso significa hacer una conversión de escritura –en formato de artículos periodísticos– al séptimo arte. Y no se trata de adaptar el lenguaje, Wes toma los escritos y los reproduce en voz en off, literalmente, mientras se suceden imágenes en pantalla. Es crucial poder ingresar en la dinámica para poder disfrutar del film. Si no, lamentamos anticipar que van a ser unos 108 minutos de resignación. La dificultad radica en la enorme cantidad de diálogo e información que se brinda al público. Podríamos afirmar que es unas de las cintas más intelectuales de Anderson. Esa circunstancia no derivó de un mero capricho o un deseo de ser petulante: su intención fue aportarle la elegancia que necesitaba su «Carta de amor a los periodistas», según declaró en entrevistas. Cabe destacar que la idea nace de su afición por el diario The New Yorker y varias de las historias expuestas están basadas en noticias reales del periódico. Es así como surge un largometraje organizado en fragmentos, donde cada uno representa una de las notas de la última edición de The french Dispatch.

Al mismo tiempo, toma un segundo riesgo, se sale del tono light y familiar que maneja normalmente y decanta por un aura un poco más adulta. A sabiendas de que la densidad de sus diálogos y la historia sobre periodistas sería poco atractiva para los más chicos, se dio el gusto de dotar al film de mucha ironía, humor ácido y gamberro, y hasta escenas de desnudos explícitos. Este hecho figura una gran distinción dentro de su extensa filmografía y nos animamos a aseverar que también es una de las obras que más buscan evocar emotividad y reflexión en ciertos pasajes, fundamentalmente en los momentos clave de cada relato. También, notamos un intento de «afrancesar» sus planos, tomando elementos del cine clásico europeo, con homenaje al gran cineasta Jacques Tati incluido en la ecuación.

No podemos concluir este texto sin hablar de lo que es, tal vez, la parte más estimulante y prometedora de la película desde que nos enteramos de su existencia: el reparto. Claramente, transitamos una época en la que los mega-elencos son moneda corriente y hasta necesarios para poder lograr éxito en taquilla. Es algo que transciende también en otras artes, como la música con la lluvia de feats y reuniones de cantantes. Pero centrándonos en lo que nos cita aquí, Wes Anderson es un maestro a la hora de tomar actores de peso – que encabezarían cualquier cartelera sin ningún problema – y reducirlos a formar parte de extenso y milimétrico mosaico de personajes extravagantes e historias extraordinarias. Hablamos de los ya clásicos Bil Murray, Owen Wilson, Adrien Brody, Saoirse Ronan, Jason Schwartzman y Edward Norton, combinados con jugosas fichas como Benicio del Toro, Frances McDormand, Jeffrey Wright, Tilda Swinton, Timothée Chalamet, Léa Seydoux, Willem Dafoe, Elisabeth Moss, Christoph Waltz y una larga lista de cameos que te dejan boquiabierto. No solo se trata de artistas populares, sino que todos son miembros de esa corta lista implícita de Hollywood de «actores de calidad», que pueden trabajar donde les plazca porque sus cualidades les permiten un amplio abanico de posibilidades.

En conclusión, Wes Anderson nos brinda un nuevo peldaño dentro de su camino a la perfección audiovisual. La belleza de sus encuadres se ve sustentada por la elocuencia de su reparto actoral, la sencillez de sus historias, la curiosidad y pulcritud de su técnica, y el enorme corazón que deja en cada una de sus obras. Una vez más, la sonrisa melancólica invadirá a sus espectadores.