La crónica francesa

Crítica de Diego Labra - Geeky Revista

Wes Anderson vuelve a la pantalla grande con su nuevo film antológico ¿Está a la altura de su celebrada obra?
Con ocasión de La Crónica Francesa (The French Dispatch en el original), la primera película con actores de carne y hueso en siete años del favorito de los cinéfilos millenials Wes Anderson, mucho sitio versado en cine y cultura pop ha estado actualizando sus rankings con la obra del director. Salvo una o dos excepciones, las listas tienden a seguir un orden casi cronológico, yendo de menor a mayor. Mis favoritas, sus dramas de familias aburguesadas disfuncionales como The Life Aquatic with Steve Zissou y The Darjeeling Limited tienden a quedar más bien debajo de la pila (hay una sintonía acá con la obra de Roman y Sofia Coppola, amigos de Wes, que pide a gritos un libro que compare sus films en el contexto de su vida).

La crítica generalmente prefiere sus dioramas más recientes e intrincados, como la que es probablemente su película más premiada, The Grand Budapest Hotel. Una categoría en la que la presente La Crónica Francesa se puede acomodar sin problema, para bien y para mal.

Al igual que The Grand Budapest Hotel, La Crónica Francesa funciona como una película antológica, una colección de viñetas atadas por un dispositivo enmarcador. En este caso, tal dispositivo es la titular publicación periódica, producida en la ficticia ciudad francesa de Ennui-sur-Blasé como suplemento dominical del igual de ficticio periódico norteamericano Liberty, Kansas Evening Sun. De hecho, la película hace las veces de su último número, abriendo con el obituario de su fundador y editor Arthur Howitzer Jr. (Bill Murray). Luego siguen cuatro “artículos”: The Cycling Reporter por Herbsaint Sazerac (Owen Wilson), The Concrete Masterpiece por J.K.L. Berensen (Tilda Swinton), Revisions to a Manifesto de Lucinda Krementz (Frances McDormand) y The Private Dining Room of the Police Commissioner de Roebuck Wright (Jeffrey Wright).

Como suele ser el caso en films antológico, el saldo de los cortos es dispar, y hasta diría que va de mayor a menor. Lo que no baja en ningún momento es la calidad del elenco, que suele ser una de las cartas ganadoras de Anderson: a los nombres rutilantes arriba se suman Benicio del Toro, Adrien Brody, Léa Seydoux, Frances McDormand, Timothée Chalamet, Mathieu Amalric, Henry Winkler, Elisabeth Moss, Bob Balaban, Liev Schreiber, Edward Norton, Willem Dafoe, Saoirse Ronan, y siguen las firmas. Los primeros tres, diría que son lo mejor de la película, lo que abona a mi evaluación del primer “artículo” como el mejor de los tres.

Visualmente, La Crónica Francesa sigue siendo puro Anderson, y ahí yace el segundo punto fuerte. Esa cualidad de diorama, de casa de muñecas obsesivamente construida que distingue al director entre sus pares. De hecho, el amo del mise-en-scène y el diseño de producción parece aquí por momentos intentar desplazar la cámara lo menos posible, presentando escenas de acción cual cuadros congelados mientras pasaban, como si el movimiento fuese algo que extirpar de la forma de arte que es el cine. Aquí suma dos elementos más: el uso selectivo del blanco y negro, desplegado a menudo de manera efectista para luego darle fuerza al contraste con el color, y una secuencia final animada a mano, una desviación de su preferida técnica de stop motion.

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Donde quizás yazca la incapacidad de La Crónica Francesa de enamorarme, y aquí vuelvo al primer párrafo, es que al igual que en The Grand Budapest Hotel, el cuidado estético por la época y el estilo parece comerse un poco a la película, pareciendo justamente esas casas de muñecas con las que se compara la obra del director en lo frio e inmóvil. El cometido explícito de la película es homenajear esas publicaciones impresas del siglo XX, principalmente The New Yorker como delata la estética de las portadas del The French Dispatch que pueden verse mientras corren los créditos. Los periodistas, también son composiciones ficcionales basados en personales reales (en mi limitado conocimiento sobre literatura norteamericana del siglo XX, solo reconocí lo que tenía el personaje de Wright de James Baldwin). Es decir, esto es más un tema que una hipótesis emocional, que un corazón para el film.

De hecho, algo acerca de la obra de Wes Anderson terminó de hacerme clic con La Crónica Francesa. Cierto espíritu conservador, en el sentido más llano del término, que reside en su amor por lo antiguo (aquí por los 1920s y 1960s) y cierta cultura de masa afrancesada que pasa la “vara” de los intelectuales a los que no les gusta la cultura de masa. Por suerte aquí su aproximación a esos temas, como el mundo del arte o la revolución juvenil, está aproximada con igual cuota de nostalgia de ojos grandes como de ironía y acidez bien despierta.

En definitiva, en La Crónica Francesa tenemos acá otro ejemplo del último Wes Anderson, más detallista y formalmente experimental que nunca, pero también un poco más frio y clínico. Cada uno sabrá.