La cordillera

Crítica de Martín Chiavarino - Metacultura

Gobernantes y estadistas

En su tercer y último film de ficción, el realizador argentino Santiago Mitre (La Patota, 2015) regresa al mundo de la política que supo analizar en su ópera prima, El Estudiante (2011), en esta oportunidad para analizar los contubernios en los que se desenvuelve la clase política argentina actual en medio de una cumbre de presidentes latinoamericanos, con el fin de discutir la creación de una entidad petrolera latinoamericana, la Alianza Petrolera del Sur, bajo el liderazgo de Brasil.

En La Cordillera (2017), un presidente argentino de incierto carácter, Hernán Blanco (Ricardo Darín), criticado por los medios por su perfil bajo, se ve envuelto en una serie de contratiempos que amenazan con convertirse en escándalos que golpeen a su endeble e inestable mandato. Mientras negocia junto a su comitiva la participación en una empresa pública de explotación del petróleo para competir internacionalmente y terminar con la dependencia de las empresas privadas transnacionales que saquean a los países que negocian unilateralmente, su ex yerno inicia tratativas para desatar una batahola mediática alrededor de los fondos de la campaña presidencial. Paralelamente, la hija del presidente argentino, Marina (Dolores Fonzi), sufre un colapso nervioso que la hace perder el habla. Para tratar el episodio, Luisa Cordero (Érica Rivas), la secretaria personal de Blanco, convoca a un prestigioso psicólogo chileno pero la terapia trae recuerdos sobre acontecimientos anteriores al nacimiento de Marina que preocupan a su padre.

El guión de Mitre y Llinás propone un conflicto geopolítico de alcance internacional entre los intereses norteamericanos y la búsqueda de preponderancia y protagonismo internacional del presidente de Brasil, Oliveira Prete, a la vez que coloca al presidente argentino en el rol de comodín y contrapeso político en la región, tironeado a la vez por los exabruptos del presidente mexicano (funcional a los intereses de Estados Unidos), los planes de Brasil y las disputas al interior de su gabinete.

El film se propone como un thriller político y psicológico que narrativa y visualmente genera referencias a la cinematografía de Roman Polanski y al film de terror psicológico El Resplandor (The Shining, 1980) de Stanley Kubrick, para crear un clima de reclusión similar al del Hotel Overlook, en un albergue de lujo rodeado por la nieve y las cadenas montañosas de la Cordillera de los Andes. El tono dramático y parsimonioso está representado en todas las interpretaciones, destacándose tanto el protagonismo de Ricardo Darín y Dolores Fonzi en los roles principales como Érica Rivas, Elena Anaya, Paulina García, Daniel Giménez Cacho, Gerardo Romano y Christian Slater en roles secundarios con actuaciones sobrias y ponderadas.

La gran labor de Javier Julia (Relatos Salvajes, 2014) en la fotografía contrasta y contrapone los primeros planos de los soberbios, cínicos e inexpresivos rostros de la política con una naturaleza impávida, para fundir la imagen con el relato poniendo en relieve el juego de mercadotecnia de la campaña de Blanco con su pírrica consagración, rodeado de la nieve como una metáfora de la banalidad electoral, la ignorancia de los votantes que apoyan slogans en lugar de proyectos, y por ende, la imposibilidad de tener presidentes que representen los intereses de la ciudadanía.

La música incidental, compuesta por el español Alberto Iglesias, le da al film un tono que combina rasgos espeluznantes con un suspenso acorde a un relato que va del drama político hacia el terror sobrenatural a partir de una indagación en los recovecos abismales del inconsciente. De esta manera, el realismo escalofriante del film recrea la atmósfera de las decisiones políticas en toda su dimensión geopolítica y lúgubre para ofrecer una disección aséptica y sin anestesia de una clase política dispuesta a todo tipo de traiciones si el precio es el correcto.