La cordillera

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

El director Santiago Mitre, el mismo de las sobre valoradas “El estudiante” (2011) y “La patota ” (2015), lo hizo de nuevo, nos narra una historia con buenos artilugios, muy buena dirección de arte, se destaca la fotografía, ayudada por un escenario como pocos en el mundo, el mismo que le da el nombre al filme, buenas actuaciones, pero desconociendo el contenido, es decir un envoltorio de lujo, como si no supiese sobre lo que esta contando, o bien que contar, o a que darle mayor preponderancia. Lo mismo sucedía en los trabajos ya citados, como sino conociera al “objeto del conocimiento”, parafraseando a Zygmunt Bauman.
En este orden de cosas, tenemos secuencias completas que deberían servir de presentación de protagonistas destinadas a personajes que desaparecen sin más ni más.
Luego se traslada la acción a Los Andes, espacio imponente bello, aislado, donde se desarrollará una cumbre de mandatarios sudamericanos para establecer una alianza petrolera en conjunto, por y para toda la región, con Méjico como país invitado ¿Será por el tequila, por los tacos, o porque es parte de la producción? No importa.
Hasta allí llega nuestro presidente Hernán Blanco (Ricardo Darin), un hombre común y corriente, como lo instaló la campaña presidencial, antes un desconocido intendente de Santa Rosa, capital de la provincia de La Pampa, Argentina.
Demasiado poco recorrido nacional como para llegar donde llegó (cualquier contacto de similitud entre el pato gris de La Pampa y el pingüino de Santa Cruz, corre por cuenta del lector, y/o espectador), un hombre sin pasado supuesto, sin deudas y dudas sobre su moral vendido al pueblo desde un plan a puro mercadeo.
Por ello, ellos, los que sustentan el poder real, creen poder manipularlo como se pensó de Chance Gardiner, en el libro, llevado al cine, “Desde el jardín”, de Jerzy Kosinski, y otra vez se inmiscuye Zygmunt Bauman con su metáfora del jardín, increíble., esa que plantea que el peligro no esta sólo en la periferia del jardín sino dentro mismo de su constitución.
Retornando a “La cordillera”, Hernán Blanco es asistido por Luisa Cordero (Erica Rivas) y “controlado” por su jefe de gabinete Mariano Castex (Gerardo Romano) a enfrentarse respecto de la toma de decisiones desde lo impoluto de su imagen. Pero el pasado se hace presente, pues su ex yerno es acusado de corrupción, Marina Blanco (Dolores Fonzi), la hija del presidente, es llevada junto a su padre como forma de protección.
Hernán debe luchar contra los problemas emocionales de Marina, lo que “a priori” aparece en protección de ella, surge como autoprotección, algo se desliza a la izquierda del padre, de los secretos de su progenitor, pero sólo se desliza, nunca se profundiza.
A eso se suma la titánica lucha de ese padre para protegerse de sus aliados, los pseudo aliados, los contrincantes, los poderosos del planeta, para ello viene como convidado de piedra un delegado del gran país del norte Dereck McKinley (Christian Slater).
Bueno, si algo se podría enredar ya están dispuestos los elementos para que suceda, y lo que en principio aparece como un thriller político derivaría en un drama familiar, no lo hace, no le da con el objetivo elegido, enfermedad psicosocial presentada, familia disfuncional posible, bipolaridad, secretos y mentiras que nunca terminan por instalarse y menos desarrollarse. El resto, si hubo, seguro fue olvidado en alguna página del guión que se habrá volado. Todo demasiado mucho para terminar por ser nada.
Hermosa fotografía, una insinuación de la cocina de la alta política, “el pueblo quiere saber de que se trata”, todo esto, una subtrama inundada por la sicopatología, la practica vetusta de psicoterapias que Sigmund Freud desechara hace más de un siglo.
Filme exageradamente pretencioso, sólo sostenido por la belleza de las imágenes, las actuaciones, más allá del desarrollo y progresión de los personajes, y una sugestiva banda de sonido que por momentos crea climas interesantes.
A veces sucede, y es verdad, que los finales abruptos despliegan interrogantes, en otras ocasiones se siente que en realidad no sabían como seguir y menos como terminar y aparece la palabra fin, acá el fundido a negro y los créditos.