La cordillera

Crítica de Diego De Angelis - La Izquierda Diario

Política y poder

La filmografía de Santiago Mitre exhibe con determinación el fundamento que define y sustenta dramáticamente su proyecto cinematográfico. Es manifiesta su búsqueda por filmar, a partir de distintas historias y contextos, variantes polémicas de un tándem complejo y contradictorio: la práctica política y el poder.

Si en su primer largometraje en solitario (El estudiante, 2011), un joven recién llegado del interior del país ingresaba a la Facultad de Ciencias Sociales y descubría los pliegues sombríos de la política universitaria, en La cordillera (2017), su flamante nueva película -escrita a dúo con Mariano Llinás-, el recién llegado será ni más ni menos que el presidente de la Nación.

El comienzo del film de Mitre, como una marca concreta de su estilo, se concentrará en establecer brevemente las coordenadas espaciales y simbólicas del universo que se propone abordar y que ostenta, tal como lo hacía la universidad en su ópera prima, sus reglas de funcionamiento. Todavía es de noche, un vehículo intenta ingresar en la Casa Rosada. Ciertos obstáculos burocráticos retrasan el ingreso de un trabajador que debe reparar una falla eléctrica. El recorrido por el interior del edificio permitirá la observación sucinta de su dinámica. La cámara avanzará furtivamente hasta desembocar en el escritorio presidencial.

La secuencia inaugural funcionará, a su vez, como alegoría de la entrada de Hernán Blanco (en una estupenda interpretación de Ricardo Darín) a la Casa Rosada, presentado ante la opinión pública durante la campaña como un hombre común–un “hombre invisible”, para la prensa- que accede a un espacio restringido. Escoltado por Luisa, su asistente fiel (Érica Rivas), y por Mariano Castex (Gerardo Romano), su jefe de gabinete y principal asesor político, Blanco deberá viajar a Chile para participar de una Cumbre de presidentes sudamericanos, en donde se discutirá la posibilidad de concretar una alianza estratégica para lograr la independencia petrolera de la región. Una oportunidad para un presidente cuya legitimidad, a poco de haber asumido, parece estar en duda. Todas las miradas del mundo estarán puestas en él.

En un gran hotel entre las cordilleras nevadas de Los Andes -un paisaje que Mitre trabajará a la perfección-, Blanco tendrá que afrontar no solo una serie de intensas negociaciones de orden geopolítico con los mandatarios de los otros países involucrados, sino que también tendrá que sobrellevar una denuncia de corrupción realizada por el marido de su propia hija (Dolores Fonzi), quién viajará a Chile a pedido de su padre. El comportamiento extraño de su hija, presa de un ataque de angustia, provocará, como la manifestación reveladora de un trauma, la emergencia de un secreto del pasado político del presidente.

La cordillera cruzará, a partir de una magnífica disposición narrativa, intrigas de orden político con aquellas privadas del orden familiar. Un cruce dramático que sustentarán notables escenas de suspenso y que incluirá una insospechada incursión fantástica. Incursión que tendrá a la hipnosis terapéutica como una posibilidad inaudita capaz de convertir una realidad alternativa –una ficción- en una verdad.

Al igual que en sus películas anteriores, Mitre ofrecerá formidables escenas en donde la discusión política y su proyección filosófica subyacentese hallarán en primer plano. Una reconocida periodista española estará a cargo de entrevistar al presidente en varias oportunidades para indagar sobre una posición política e ideológica que permanecerá hasta el final en silencio, como un enigma.

La cordillera intentará descorrer el velo que esconde la intimidad opaca de una práctica política dominante en la esfera más alta de poder. Una práctica excenta de convicciones –las convicciones en el cine de Mitre están en otro lado, en otras personas-, definida a partir de su propensión a la negociación permanente y que tiene a la violencia como su principal y secreta fuerza fundante.