La conferencia

Crítica de Horacio Bernades - Página 12

"La conferencia": cuando la impasibilidad multiplica el horror.

El film funciona como un documental de observación que pone el foco en la Conferencia de Wannsee, realizada por la burocracia nazi para “resolver” el “problema judío”.

El 20 de enero de 1942, altos jerarcas alemanes celebraron la conferencia de Wannsee, donde se le dio forma a la llamada “solución final”, implementada para “resolver” el “problema judío”. A las varias películas sobre el tema se suma ahora ésta, que inauguró la reciente edición argentina del Festival de Cine Alemán, y que tiene la peculiaridad de estar narrada como un documental de observación. A lo largo de casi dos horas y sabiendo que la impasibilidad multiplica el horror, el film dirigido por Matti Geschonneck se limita a observar las discusiones presididas por Reinhard Heidrich, jefe de la Oficina de Seguridad del Reich, sin agregar nada que no sea la transcripción de los protocolos de la reunión, que los obsesivos nazis registraron letra por letra y legaron a la posteridad, confiados seguramente en que el Imperio duraría mil años.

En La conferencia hay algún “nombre estelar” (el de Heydrich, el de Eichmann), pero no rostros reconocibles cinematográficamente. Tampoco hay personajes ni psicologías. Se podría decir que los auténticos protagonistas del film de Matti Geschonneck son los debates, las distintas posturas, las discusiones (que van de lo más práctico a lo presuntamente “moral”), y ése es su gran acierto, ya que esa es no solo la verdad histórica irrefutable (habría que ver qué piensan los negacionistas de esto), sino la prueba, con números, cálculos, costos, argumentos y desarrollo, de la monstruosidad nazi, que llevaría al inminente exterminio. A propósito, La conferencia confirma lo que ya se sabía: Eichmann no representó la banalidad del mal, el oscuro funcionario que le dijo que sí a las órdenes de sus superiores, sino uno de los cerebros de la Shoah, desde su puesto como encargado del transporte de los trenes que trasladaron a seis millones de judíos a Auschwitz, Treblinka y Sobibor, entre otros campos de exterminio.

La conferencia de Wannsee fue una exposición perfecta de lo que se sostuvo más de una vez: la lógica, llevada al extremo, deviene en la locura. Aquí todo es lógico y, por ende monstruoso. Los secretarios de Estado del Ministerio de Asuntos Exteriores, del Interior, de Justicia y el de Propaganda, entre otros asistentes (catorce en total), discuten sobre todo, con el mayor de los respetos, y tienen posiciones encontradas con respecto a lo que hay que hacer. En lo que todos coinciden es en lo que hay que hacer: eliminar a los judíos de la faz de la tierra. Es como intentar dibujar un triángulo perfecto sobre una base de excrementos.

Se analizan los costos del exterminio (“para eliminar a 11 millones de judíos sería necesario producir 11 millones de balas”, “se tardaría 9300 horas en el traslado”), el método más eficaz (“el Zyklon-B se mostró eficaz para el control de plagas” “control de plagas, qué interesante”), el modo de “confiscar” los bienes de los deportados o si es preferible esclavizarlos o matarlos. Todo en un castillo con varios siglos de vida, con la mayor educación y bebiendo buenos licores tras llegar a un acuerdo de caballeros.