La comunidad de los corazones rotos

Crítica de Guillo Teg - El rincón del cinéfilo

Más allá de antecedentes esporádicos en la historia del celuloide sería justo reconocer a “Ciudad de ángeles” (Robert Altman, 1993) y “Tiempos violentos” (Quentin Tarantino, 1994) como ejemplos paradigmáticos del concepto de película coral, en tanto un mismo director, usando varias historias a la vez, que por virtud del montaje terminan formando parte de un mismo argumento. Distinto del cine coral de varios directores en una misma obra como “Boccaccio 70” (Vittorio De Sica, Federico Fellini, Mario Monicelli, y Luchino Visconti, 1962) o “Historias de Nueva York” (Woody Allen, Martin Scorsese y Francis Ford Coppola, 1990), en las cuales no necesariamente hay una unidad temática por más que el título original insista en lo contrario.
El estreno de “La comunidad de los corazones rotos” se inscribiría en el primer ejemplo, es decir, la pólvora ya se había inventado lo cual no quita la cuestión fundamental: hablar de un tema, entretener y acaso emocionar. Para hablar de la soledad (adosando la tristeza y desesperanza que esta provoca) el actor y director Samuel Benchetrit elige una estética cuasi ciclista, pues son tres tándems de personajes los que utiliza para abordar su propio guión, coescrito con ,Gábor Rassov, y cuya locación es en Francia. Así, en circunstancias codeadas con pinceladas de un absurdo liviano, se va armando el tríptico que justifica el título en español.
Una actriz de fama olvidada (Isabelle Huppert) conoce a un pibe apenas adolescente con ausencia de padres (Jules Benchetrit). Una madre (Tassadit Mandi) que sufre por la prisión de su hijo encuentra un palitivo con un astronauta joven que cae en la terraza (Michael Pitt). Finalmente un tipo que termina en silla de ruedas por exceso de ejercicio en una bicicleta fija (Gustav Kervern) inicia, por vergüenza de su condición, una relación nocturna con una enfermera de guardia (Valeria Bruni Tedeschi) a la cual visita, so pretexto de ser fotógrafo.
Está claro que hay una deliberada búsqueda de sutilezas cuyo sustento reside en la calidad actoral del elenco (gran mérito de la dirección de casting que logra empatar a Isabelle Huppert con el resto), y en el aprovechamiento del humor que causan las situaciones insólitas.
Para esto, la primera media hora de presentación y pre desarrollo de los personajes resulta cabal para lograr el objetivo. El director se toma su tiempo con el estado emocional de sus criaturas, a quienes parece querer mucho,evidentemente, sin que esto signifique lástima o compasión desmedida, porque de lo contrario hubiese caído en arquetipos inútiles. Prima entonces, encontrar la forma de hacerlos queribles en su circunstancia, y si bien no logra una poética pura como las individualidades que tan bien retratan Michel Gondry o Wes Anderson, estas seis personas tienen la suficiente transparencia de una verdad que los atraviesa: Están solos y urgidos de una compañía que los contenga.
Música, fotografía y una compaginación equilibrada acercan una sensación agradable al espectador que, por virtud de la simpleza sin rimbombancias, saldrá de ver “La comunidad de los corazones rotos” con una sonrisa.