La comunidad de los corazones rotos

Crítica de Fernando López - La Nación

La comunidad de los corazones rotos: sutil retrato de la vida colectiva

Si el ascensor no hubiera sufrido el desperfecto que obliga a que los residentes de este modesto edificio de departamentos se vean las caras por una vez, da la impresión de que no se habrían conocido. De la obligación de reparar la máquina averiada derivan otros cruces determinados por el azar o por las ocurrencias del libreto, que introducirán inesperados cambios en la vida de varios de ellos. Son pocos -apenas media docena- los personajes que asumen el primer plano: tipos diversos, heterogéneos, singulares en más de un caso, pero siempre cargados de humanidad y alejados del clásico estereotipo de "gente común". Samuel Benchetrit sabe de qué habla. Él mismo es autor y director del film y padre -junto con Marie Trintignant- de uno de sus mejores actores. En este film todos brillan porque conoce a esos personajes de cerca y a ese ambiente sencillo: ha vivido en él, por eso detesta las visiones convencionales. No hay, como suele verse desde afuera, "alegría de vivir" sino pequeñas historias, pequeños dramas como el del que ahora se ahorra el gasto del ascensor porque vive en el primer piso, y vuelve del hospital en silla de ruedas; pequeñas historias de amor, como la del adolescente (el hijo del director), y la actriz que en otro tiempo fue estrella (Isabelle Huppert) y define al cine en una bella escena, y encuentros insólitos como el del astronauta caído del cielo y a quien su actual anfitriona hace conocer las delicias de su cuscús.