La cinta blanca

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

La angustia corroe el alma

Los efectos del filme de Haneke siguen al espectador mucho después de la proyección.

La naturaleza misteriosa de estos actos criminales despertó una antigua desconfianza entre los pobladores", dice el narrador en off de La cinta blanca. Quien fuera el maestro de la aldea al norte de Alemania, poco antes del inicio de la Primera Guerra Mundial, oficia también como los ojos del espectador. Alguien ató un delgado cable en la entrada del pueblo, que provocó que el caballo que montaba el doctor del pueblo cayera, y lesionara gravemente a su jinete; niños, que habían desaparecido en el bosque, regresan con muestras de torturas; una noche, un granero se incendia. Ni el maestro ni el espectador saben quién fue. Pueden seguir indicios, sospechar.

Pero nadie puede explicarlos.

Para la cámara de Haneke, nadie en la aldea ve lo que ha sucedido. La negación es una de las armas más cobardes del ser humano.

Desde su estreno en el Festival de Cannes en mayo pasado, aún antes de ganar la Palma de Oro, se habló de cómo Michael Haneke volvía a su tierra -y a filmar en alemán- para manejar una hipótesis que explicara el origen del nazismo. Cómo la violencia contenida en esos hogares en los que la disciplina era férrea, la pobreza, moneda corriente -como el maltrato y el abuso de los padres sobre sus hijos- y la esclavitud a las formas más autoritarias anidaban en una sociedad que eclosionaría y daría origen a uno de los mayores males del siglo XX.

Haneke puede dar a entender que en esa comunidad religiosa, esos niños y niñas que andan en grupo pueden sentir que, ante lo que consideran injusticia, es Dios quien les ordenaría hacer lo que hacen. Si es que fueron ellos. Esos chicos, con el correr de los años, bien podrían estar arriba en la pirámide fascista.

Pero lo mejor es que Haneke no da nada por sentado, ni siquiera muestra la violencia. Presenta los prolegómenos y las consecuencias de esos actos criminales, desnuda la asfixia del ambiente. El director de Caché- Escondido escribe casi monólogos que el pastor tiene con sus hijos, denota la violencia verbal y psíquica en alguna pareja, connota pero no muestra un incesto o castigos corporales.

La utilización del blanco y negro refuerza el sentido de desesperanza. Hay imágenes realmente bellas (la cosecha en el campo) e imponentes (el incendio), pero donde la monocromía lastima más a los ojos es en esos planos que el director le dedica a los niños acusados o abusados, que llevan esa cinta blanca atada al cabello o en un brazo para recordarles lo que es la inocencia y la pureza.

La brutalidad que acecha desde el fondo del alma de los habitantes de este pueblito rural aparentemente idílico puede explotar en cualquier momento. La angustia que se instala en el espectador en más de un momento hacen que la visión de La cinta blanca incomode, pero también nos deje pensando mucho después de terminar su exhibición.