La cima del mundo

Crítica de Josefina García Pullés - A Sala Llena

Medianeras

Envejecer tiene siempre algo de despedida. Para quien envejece, y para quien ve a otro envejecer. La cima del mundo es, con altibajos, un sentido retrato de ese tipo de despedida enmarcado en una relación madre-hija. Ellas -la madre y la hija- son Anastasia Amarante (quien, años más tarde, participaría en el programa La Voz) y Cecilia Cavotti.

Anastasia tiene 20 años y un aluvión de vida por delante. Está creciendo (envejeciendo, como todos) y siente que debe tomar decisiones. Quiere prosperar como cantante, quiere estudiar música, quiere formar una banda, quiere trabajar y liberarse pero sin dejar a su madre de lado… Su madre es Cecilia, quien convive con Anastasia (a quien llama Pepi), deja en claro que la mantiene y la cuida. También le da distintos consejos, por ejemplo: que estudie algo que genere plata, que componga canciones que le gusten al público, que no se quede embarazada y que use menos maquillaje… Ellas pasan bastante tiempo juntas y vemos que su relación es muy cercana: Cecilia incluso es mánager de Pepi. Ambas se escuchan, se observan, se entienden e, incluso cuando no concuerdan, se nota que disfrutan de hacerse compañía.

Anastasia tiene 20 años pero cree que se le acaba el tiempo. “Siento como un reloj de arena gigante que me va diciendo: se te está acabando, se te está acabando, se te está acabando”, le dice a su madre, quien le responde: “Tenés 20 años, si vos tuvieras 30 yo te diría, che, mirá, andá viendo otra cosa. Pero no tenés 30. Que te tenés que mover, sí, porque te vienen pisando los talones”. Cecilia, que también adoró cantar (pero en un coro porque, según su hija, les temía a los escenarios), es un poco aquel reloj que modela la percepción del tiempo que tiene esta joven. Ella no presiona a su hija pero le exige mucho, no la atosiga pero la mira como a una imagen especular o, al menos, como a una segunda oportunidad.

Anastasia tiene 20 años y escribe cartas para su “Yo grande” (sic), sale con amigas y se saca selfies en el baño, le consulta a su mamá si se delinea o no los ojos, y tiene una cajita musical adonde suena algo que podría ser una canción de cuna… Anastasia no es adulta pero tampoco es adolescente. Y esta película, apoyada cómodamente en la medianera que hay entre la ficción y el documental, tampoco es ni una cosa ni la otra. La muchacha, y la película, van y vuelven entre dos territorios que les son propios pero no conquistan ninguno. La película es consciente de esto y nos muestra que la muchacha está adquiriendo esa misma conciencia, que eso le pesa y que, entonces, siente que debe elegir.

Jazmín Carballo trabaja por transmitir lo que todo esto genera en Anastasia. Así, durante todo el relato, intenta remarcar ese aire melancólico -como de despedida- con una cámara que le está bastante encima a la joven y que la muestra, varias veces, observar a su madre con detenimiento, como si estuviera por abandonarla. De hecho, hay particularmente una escena en donde todo esto se hace carne: vemos a Pepi en el jardín de su casa, de espaldas y a contraluz. Y vemos a su madre barriendo, de frente a Pepi (y a nosotros) y con su espalda hacia el portón que da a la calle. Anastasia mira con estudiosa quietud a su madre barrer, y entonces confirma su raquítica duda: para llegar a la puerta, debe atravesarla (a su madre). Esto imprime en el relato un clima nostálgico donde la fotografía tiene un papel importante, sobre todo en las escenas donde la directora de Los besos se concentra visualmente en el cuerpo (o en partes del cuerpo) de la joven. Ahí entonces se perciben los aires a bildungsroman que tiene esta película, que no llega a ser un relato de iniciación pero que sí plantea la idea de un próximo destete y de algún tipo de crecimiento en su protagonista.

La cima del mundo debe su título a una conocida canción que Anastasia y su mamá cantan juntas al final del relato. Empieza Pepi, mientras baila con su gato y le pide a Cecilia que se sume. Ella acata el pedido de su hija y cantan un rato. Suenan bien juntas. De pronto la joven calla y prefiere escuchar a su madre. Ya sin bailar, ella la mira con algo de pudor mientras la adora en silencio… Anastasia, entonces, ya decidió.