La chispa de la vida

Crítica de Ulises Picoli - Función Agotada

El show de Roberto

Roberto (José Mota) es publicista con dos años de paro (como le dicen en España a estar desempleado). Casado con Luisa (Salma Hayek), y acuciado por urgencias económicas y con el autoestima destruida, se juega su última esperanza a una entrevista de trabajo con un amigo exitoso al que ayudó tiempo atrás (mucho tiempo atrás) en una campaña de Coca-Cola. Pero cuando va a la entrevista, impulsado por su mujer, todo resulta en un espanto. Tanto que termina con un fierro calvado en la cabeza (ver para creer). De ahí en más, todo el film gira sobre ese terrible accidente que lo deja crucificado, pero vivo. Aparecen los medios, los intereses políticos, los empresarios inescrupulosos. Todos ellos presentados de una manera tan exacerbada que anulan el verosímil, diluyendo lo que podría haber sido una situación para reflexionar, o mínimamente, entretener.

El director de La Chispa de la Vida es Álex de la Iglesia, un adepto a lo deforme, por lo que no sorprende el tono de la película. Pero en algún punto, Álex olvidó que su cine funcionaba porque las exageraciones perturbaban, colando lo siniestro del ser humano mientras él se dedicaba a contar una historia. Desde hace unos años su cine se lee de manera rudimentaria, apoyado en torpes metáforas y el trazo grueso, diluyendo la bella acidez que solía destilar. En La Chispa de la Vida hay cinismo y sátiras sobre muchos temas: la crisis española, la explotación de los medios, el morbo del público, el negocio por encima de la humanidad. Y ninguno de ellos es tocado de una manera interesante u original. Es tan obvio todo lo que sucede, y tan risible (de la mala manera), que uno termina creyendo que debe haber una vuelta a todo lo que sucede en pantalla. Pero no. Álex no deja que los espectadores pueden encontrar en la historia y sus personajes ideas respecto al estado de las cosas o de las personas. La oscuridad latente en los seres humanos no es ninguna novedad en su cine, pero verlo expuesto de manera burda, señalando cada conducta y mostrando qué feo es el mundo, anula lo que desea exponer.

Entiendo que el film es un absurdo, otra no queda. Pero existe tal grotesca arbitrariedad en los comportamientos (potenciado por las actuaciones) de sus personajes que uno queda perplejo ante lo que sucede en la pantalla, preguntándose si la película va en serio en cuanto a “denunciar” el estado del mundo (o al menos de España) o si, sin quererlo, le salió un ejemplo cinematográfico de ese deterioro.

Como si de El Show de Truman (Peter Weir, 1998) o Él es Edtv (Ron Howard, 1999) se tratara, todo gira en torno a la vida (y muerte) de este hombre desempleado y de los intereses económicos que se mueven por venderlo como un producto.
Situación a la que se presta el propio Roberto entendiendo que la vida es lo único valioso que puede entregar en este cruel mundo actual. Una idea no del todo carente de sentido, pero que llega con tantos años de atraso y expuesta de una manera tan grosera, que uno se pregunta qué pasó con aquel director de las geniales Muertos de Risa, El Día de la Bestia y La Comunidad. Quizás en su caso, estar un