La chispa de la vida

Crítica de Jonathan Santucho - Loco x el Cine

Un fuego que no se puede encender.

No es un buen día para Roberto Gómez. Su gran logro, un icónico eslogan para Coca-Cola, ocurrió hace décadas, y el presente lo encuentra como invisible entregador de curriculums. Es un mundo cruel el que recibe al desempleado, y más aún para este desesperado publicista (interpretado, con una maestría de la impotencia, por el comediante José Mota), que ante la joven digitalización se queda sin opciones para mantener a su familia. Así es como, un poco por memoria de los buenos tiempos y otro tanto por circunstancias de presión, él acaba en el lugar de Cartagena donde pasó su luna de miel, hoy transformado en un museo restaurado.

Da la casualidad (una de muchas, por no decir demasiadas), que el lugar abre a la prensa justo cuando él llega. Y las cosas empeoran cuando, literalmente empujado adentro por la alta sociedad y los medios, Roberto termina vagando a una inestable zona de construcción, donde la idiotez lo lleva a quedar colgando de una estatua a pisos de altura y, finalmente, caer al suelo. Por suerte, él está en perfecto estado… excepto por su nuca, atravesada por la barra de hierro que se le quedó clavada y que lo tiene inmovilizado sin alternativas.

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Como su desafortunado protagonista, La Chispa de la Vida (2012) vive manejándose en circunstancias forzadas, bordes extremos y situaciones de caos. Al tratarse del penúltimo film de Álex de la Iglesia (que curiosamente se estrena en Argentina casi dos años después de su salida original, incluso tras Las Brujas), esto es de esperarse, aunque esta vez el director se mueve más al costado del melodrama social. Así es: el cineasta que antes nos trajo obras de lo bizarro como El Día de la Bestia, Acción Mutante y Crimen Ferpecto vuelve entrar de lleno a la crítica de la sociedad española, esta vez metiéndose con la última crisis de la madre patria. No es la primera vez que el bilbaíno toca la historia de su nación; incluso su film anterior, Balada Triste de Trompeta, usaba el franquismo de fondo para el choque trágico de payasos psicópatas. Es curioso el cambio político de De la Iglesia tras su presidencia de la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, y como lo mueve hacia el activismo en las situaciones menos indicadas.

Por desgracia, eso también va con esta producción, donde Álex pretende mezclar su mundo excesivo con un drama didáctico sobre moral, e incluso el escenario duele con sus gritos de obvio simbolismo: sin querer queriendo, Roberto acaba yaciendo inmóvil en una pose calcada a la de Jesús en la cruz, mientras queda atascado en el centro de un teatro romano. Es allí donde volverá el circo, pero en su forma mediática, con la invasión de una plaga de periodistas hambrientos de morbo, médicos distraídos, políticos atentos por esconder o capitalizar y conservadores tratando de cuidar la propiedad. Y, mientras tanto, quedará Luisa (Salma Hayek, reducida a protestas y llantos), la esposa de Roberto, que tratará de espantar a los aprovechadores mientras su marido busca usar sus 15 minutos de fama para conseguir dinero y salvar a sus seres queridos.

Es un pandemonio total, pero la solemne forma en la cual De la Iglesia desarrolla esta interesante premisa no deja más que un viaje a mitad de camino, donde se dedica a plantear insultos para los poderes actuales al construir caricaturas, pero luego se retracta y toma sus intenciones de forma cuasi real. Así, tenemos a un desinteresado alto miembro de un canal televisivo que vive en un harem, o a un manager diabólico que sugiere asegurar una entrevista por mayor precio si queda claro que Roberto va a morir (su argumento es que a nadie recuerda eventos como el entierro de los mineros chilenos porque todos sobrevivieron). Pero no, según la chupada del humor de Álex, hay que tragar esto como si fuera en serio. Es en esta visión un tanto anticuada, donde la única decencia se encuentra en la familia, que él arrastra su concepto sin importar lo rápido que se despedaza. Cual camarógrafo en las escaleras del coliseo de la acción, Álex de la Iglesia corre ciegamente en La Chispa de la Vida, tan ofuscado por su mensaje que tropieza y cae de forma brutal.