La chispa de la vida

Crítica de Diego Faraone - Denme celuloide

Zapatero a tus zapatos

No es que Alex de la Iglesia esté filmando mucho, es que esta película fue estrenada originalmente en 2011, dos años antes que Las brujas de Zugarramurdi, a la que veíamos por las carteleras uruguayas hace apenas unos meses. Es presumible, vista la absoluta irrelevancia del producto, que haya quedado en el cajón de algún distribuidor uruguayo, a la espera de un mal momento para los estrenos y las carteleras como el que nos toca actualmente.
Es que La chispa de la vida es, de lejos, la peor película del director español. La historia tiene su originalidad y hasta puede decirse que es atractiva; un publicista desempleado, "en paro" por la crisis española, luego de una mala jornada sufre un accidente absurdo que lo coloca en una situación de fragilidad extrema. A medio camino entre la vida y la muerte, alrededor del hombre comienza a circular toda clase de individuos, desde periodistas que erigen un circo mediático en torno a él y su desgracia, pasando por guardias, médicos, políticos, y hasta su propia familia
Pero pese a una idea interesante, son varios los elementos que se conjugan para el desastre. En primer lugar el guionista Randy Felman hecha mano a varios de los estereotipos más obvios, y de la Iglesia se encarga de subrayarlos sin disimulo. Está la mujer del damnificado, ama de casa que justo se pone a planchar en medio de un diálogo con su marido; el veterano multimillonario dueño de una cadena de televisión que, cada vez que lo llaman al celular, se lo ve en un pent-house rodeado de minas en tanga; el muchachito darkie-gótico que, además de presentar una indumentaria inequívoca, verbaliza su condición por si quedaban dudas. A todo esto hay que agregar líneas de diálogos que, como nunca en una película de de la Iglesia, se acercan constantemente al cliché, no tienen ni pizca de gracia y, además, están concebidas con importantes dosis de manipulación. Como para reafirmar esta última idea, los llantos de los personajes y los violines puestos para resaltar los momentos "emotivos", convierten a éste en uno de los productos más indisimuladamente cursis del año.
Y también hay un problema general, de tono. Alex de la Iglesia ha demostrado ser muy bueno y hasta un creador impagable a la hora de proponer un cine desquiciado, políticamente incorrecto, de desmesurado humor negro (las notables El día de la bestia, Muertos de risa y 800 balas lo ejemplifican bien). En rigor, de la Iglesia es uno de los directores que mejor ha heredado la veta del "esperpento", género españolísimo que propone una visión deformada de la realidad, a todas luces artificial pero notable a la hora de contrabandear apuntes críticos (de hecho, es uno de los mejores discípulos del cineasta Luis García Berlanga). Pero aquí, quizá comprometido y tocado por la crisis española, se propuso hacer un cine más realista, serio y autoconsciente, con la desdicha de que su humor no funciona, sus personajes carecen de arrojo y desenfado y sus intenciones discursivas se vuelven extremadamente obvias.
Como dice el refrán que titula esta reseña, mejor que de la Iglesia vuelva a lo que sabe hacer y a sus repertorios, y que desde allí nos siga sorprendiendo y entreteniendo. Él sabe hacerlo.