La chica sin nombre

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

Una pequeña ciudad de Bélgica. Una joven médica terminó su jornada. Suena el timbre del consultorio. Está cansada y decide no atender. Después se reprochará no haberlo hecho. Porque que esa chica, que venía a pedir más ayuda que atención médica, aparecerá muerta. Era una refugiada explotada por una red de tratantes. Esa culpa no dejará en paz a la doctora. Alumbrará su conciencia y el tremendo escenario de humillación y abusos que la rodea. Los hermanos Dardenne, como siempre, parten de un hecho aparentemente menor para ir después ampliando su enfoque. Hacia el costado y hacia adentro. En su búsqueda, la médica irá encontrando seres que luchan siempre en desventaja. Sus filmes tienen una inconfundible marca: son sinceros, realistas, austeros, rigurosos, casi documentales, un cine que ha contado con mucho equilibrio los grandes problemas de una clase sacrificada, siempre en riesgo, sometida a la degradación de un sistema que las obliga a enfrentar situaciones penosas y humillantes. Este no está la altura de sus grandes trabajos, pero siempre impresiona como un cine doloroso, decente y sentido.