La chica salvaje

Crítica de María Paula Rios - Admit One

“La Chica Salvaje” (no tanto).

Basada en una novela de Delia Owens, llega esta transposición al cine, que de salvaje tiene muy poco. La trama sigue a Kya Clark (Daisy Edgar-Jones), una niña que se cría prácticamente sola en los pantanos del sur profundo de los Estados Unidos. Varios hermanos, una madre idealizada, compañera… hasta que aparece el padre. Un ser violento, golpeador. Por lo que un día la mamá decide huir del hogar bucólico inmerso en las marismas, dejando a sus hijos a merced del monstruo.

Y así sucesivamente comienzan a dejar el hogar uno a uno los demás hijos, salvo la pequeña Daisy que tolera como puede el comportamiento de su padre (y espera ilusionada que vuelva su madre). Pero un día… este también la abandona, y ella queda sola, contando con la única ayuda civilizada de los almaceneros del lugar, y juntado almejas para tener algo de dinero. Cabe destacar que tiene un don para dibujar, y de esto se da cuenta Tate (Taylor John Smith), un joven del que se enamora perdidamente, y quien incentiva su virtud.

La película comienza con la “salvaje” sentada en el estrado, acusada del asesinato de Chase Andrews (Harris Dickinson), otro de sus pretendientes. A partir de aquí flashback, retrocedemos en el tiempo para conocer la historia de Kya, qué la llevó a ese lugar, cómo se vinculó con estos dos hombres. La cinta tiene poco de suspenso, o de seguir de cerca el tema del crimen; por el contrario, relata una gran historia de amor rosa y cliché, al estilo Corin Tellado.

Por otro lado, se dificulta bastante creer que la protagonista es un espíritu salvaje. Hay un problema de verosimilitud en ese universo Sarah Kay, donde las mariposas de colores se posan en las hermosas flores silvestres. Ella viste muy bien, habla muy bien, y su comportamiento no se condice con algún aspecto primitivo del ser humano. En concreto, un relato que aborda con superficialidad los aspectos más oscuros (o complejos) que aquí se insinúan (padre golpeador, la sexualidad, un asesinato); para devenir en un melodrama grosero y edulcorado.