La chica más rara del mundo

Crítica de Paula Vazquez Prieto - La Nación

A sus 15 años, Melién (Gina Mastronicola) es la chica más rara del colegio. Solitaria e introvertida, para ella el mundo exterior ha sido sustituido por la creación imaginaria. Las mansiones embrujadas, los monstruos misteriosos, las chicas de blanco cautivas de alguna extraña maldición son compañeros inusuales de su persistente fantasía, y una perfecta protección para las burlas y los ataques de quienes sí parecen habituados a las tensiones de la vida social.

Mariano Cattaneo recoge la inspiración de su corto del mismo nombre, estrenado en 2013, y diseña alrededor de Melién una historia de rivalidades y conjuros escolares que en el fondo anhela representar en imágenes la frondosa imaginación que nos resguarda cuando crecemos y el mundo se torna extraño e indescifrable. Su puesta en escena conjuga la imaginería de Edgar Allan Poe y la animación contemporánea para correr las coordenadas de los adultos y pensar el mundo de Melién desde la magia y la fábula.

La película funciona mejor cuando evita explicar demasiado a sus personajes, como el trasfondo de la rivalidad escolar con Tamara (Ornella D’Elía) o las influencias de la madre escritora y el abuelo librero en la vocación novelística que contagia a Melién. Es el mundo mágico el que mejor se adapta al registro inocente de la película, aquel que prescinde de anclajes realistas y reflexiones explícitas, en el que asoma ese costado insondable de la adolescencia, tiempo en el que siempre germina la vocación de los futuros artistas.