La chica del sur

Crítica de Miguel Frías - Clarín

La búsqueda imposible

A contramano del gran consejo Jamás hay que volver a los lugares en los que uno fue feliz , en La chica del sur José Luis García intenta regresar no sólo a un lugar, sino a una persona deslumbrante, a un momento histórico cargado de utopías e incluso a la juventud propia y ajena. Tarea ardua, maravillosa, temeraria, inevitablemente frustrante, como lo muestra -o mejor: como lo hace sentir- la película.

Durante la primera media hora vemos, en filmaciones que el realizador hizo en 1989 en Súper VHS, la autocelebración de un universo a punto de desaparecer. García había viajado al Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, organizado por la URSS en Pyongyang, Corea del Norte, poco después de la masacre de Tian’anmen (China) y poco antes de la caída del Muro de Berlín: sitio y tiempo exactos para registrar el último fulgor de un sueño colectivo.

En la barbada delegación argentina observamos, entre otros, a Eduardo Aliverti y al ministro de Cultura porteño, Hernán Lombardi. La excelente edición y la voz en off -actual- de García le dan a este material histórico, nada solemne, una enorme plusvalía, que no se la apropia el director sino que la reparte entre los espectadores.

La súbita aparición de una joven surcoreana con un mensaje reunificador -que debió dar la vuelta al mundo para cruzar la frontera- se convierte, a partir de aquel lejano ‘89, en centro y eje narrativo. En la primera parte, García nos muestra la conversión de ella en un mito. Luego, tras una elipsis que se devora dos décadas, nos transmite su obsesión por saber qué fue de la chica y acaso de él: motor de una travesía geográfica y anímica.

En empática primera persona, detrás de un personaje fuerte y esquivo, García usa el suspenso, la agudeza y la duda para trabajar en varias capas de sentido. Hasta pone escena sus dudas y limitaciones: una prueba, voluntaria o involuntaria, de su inteligencia.