La chica del dragón tatuado

Crítica de María A. Melchiori - Cine & Medios

Juego de silencios y misterios sepultados

En un paraje azotado por el invierno, la localidad sueca de Hedestad, palpita un drama que lleva cuatro décadas agobiando a un anciano y retirado hombre de negocios. En Estocolmo, capital del país, un periodista de renombre sufre el peor traspié de su carrera al quedar condenado por presunta difamación a un poderoso industrial. Una mujer introvertida, de llamativa y chocante apariencia, los conecta sin querer a los dos y pone en marcha una trama de intriga en la que acabará teniendo parte. Así se plantea el juego en esta película de suspenso con relativamente poca acción y mucha tela para cortar.
Convocado por el anciano magnate Henrik Vanger (Christopher Plummer) para que investigue qué fue lo que ocurrió con su sobrina nieta Harriet, desaparecida durante un encuentro familiar en la isla fuera de Hedestad y presumiblemente muerta, Mikael Blomkvist (Daniel Craig) se encontrará con intrigas familiares, un oscuro submundo empresarial y el hallazgo menos esperado de todos: un asesino serial de mujeres en la civilizada Suecia. Mientras sus asociados luchan por sacar adelante la tambaleante revista que fundaron en los años ´80, maltrecha por la sentencia de su director editorial, Blomkvist dedica todos sus esfuerzos para hacer justicia por Harriet y su abuelo, contando para ello con la ayuda de una joven muy singular que tiene detrás una buena carga de historia propia, Lisbeth (Rooney Mara).
Han pasado seis años y "Los hombres que no amaban a las mujeres", novela del sueco Stieg Larsson (cuya historia personal es casi tan apasionante como un libro) se prueba una y otra vez como un fenómeno de larga permanencia. No sólo sigue vendiendo ejemplares como el primer día, sino que ya cuenta con dos adaptaciones cinematográficas y una televisiva, foros dedicados en Internet, bastante fan art sobre sus personajes y ni hablar de los temas que aborda (violencia de género y trata de personas, resurgir del nazifascismo, el rol del periodismo independiente...). A este collage de percepciones viene a sumar, por suerte, el mejor David Fincher; desde los títulos de apertura, una historia concebida y desarrollada con cierta morosidad se vuelve automáticamente atractiva, los personajes son todo lo profundos que podría esperarse y, si salvamos algunas omisiones necesarias, es la mejor adaptación de la novela original.
Rooney Mara da una dura pelea para estar a la altura de la notable Noomi Rapace, pero apenas se las ingenia para componer a una sociópata brillante y de múltiples recursos, en lugar de la perturbadora criatura que es en realidad Lisbeth Salander. ¿Exigencias del guión, quizá? En todo caso, si bien su personaje es el que justifica el título de la remake, se la ve bastante empobrecida en relación a su coprotagonista, Daniel Craig: si bien en el libro el periodista Mikael Blomkvist era equiparable en protagonismo a Salander, en la adaptación de Fincher el peso de gran parte de la trama cae sobre los hombros de Craig. Hay un esfuerzo notable por emparejar los tantos, pero el mensaje queda claro: la estrella aquí, el que viste marquesinas y vende boletos, es Craig y no Mara. Por más fichas que le pongamos en los próximos Oscar.
En esta transposición hollywoodense se mantuvieron, no obstante, los escenarios y la idiosincracia de la obra original; hay escenas, como las que tienen que ver con la reconstrucción del desfile de Hedestad el día que Harriet desaparece, que parecieran haber sido calcadas de la versión cinematográfica sueca. Pero es un detalle que habla también de la potencia con que Larsson supo transmitir imágenes dentro de la visión literaria. La historia de un país, de una familia o de una persona, como círculos concéntricos dentro de un drama puntual, siempre es una historia atractiva si sabe ser bien contada. Larsson y Fincher tienen el pulso de aprendices dilectos o viejos maestros en este terreno.