La chica de la capa roja

Crítica de Rodrigo Seijas - CineramaPlus+

Ni Caperucita, ni el Lobo, ni nada

La maquinaria de Hollywood suele fusionar muy bien elementos de distintas vertientes para crear algo original. No es el caso esta insulsa mezcla de Caperucita Roja con El Hombre Lobo.

La maquinaria de Hollywood puede funcionar muy bien, tomando elementos desde otras vertientes y recomponiéndolos para crear algo totalmente nuevo y original, potente, que promueve un tipo de experiencia distinta para el espectador. Scott Pilgrim vs. los siete ex de la chica de sus sueños o Se dice de mí son buenos ejemplos. Pero no es este el caso con La chica de la capa roja, que busca mezclar el cuento de Caperucita Roja con el mito de El Hombre Lobo, en combinación con una estética que introduce variables contemporáneas dentro de un contexto rural y medieval.

El problema pasa porque en estos casos hay que ser como un gran cocinero, poniendo los distintos condimentos en la cantidad y forma justa. Y Catherine Hardwicke, directora de Crepúsculo y de este filme, pareciera que mucho de cocina no sabe. O pone muy poquito o se pasa de largo. Por eso nunca va a fondo con el suspenso o se revela como extremadamente puritana en lo que refiere al contacto sexual y/o amoroso (los protagonistas tardan como cuarenta minutos en darse un beso cuando había mil chances para que eso ocurriera antes). O quiere cancherear con una puesta en escena que recurre sin mucha razón a un romanticismo pop bastante irreflexivo (y hasta poco romántico), a efectos especiales mal utilizados, a dispositivos como la voz en off que nunca agregan nada y hasta personajes que pasan por ahí como meras marionetas, sin mucha razón de ser (los de Lukas Haas y Cole Heppell como máximos ejemplos).

Donde se ve incluso impericia por parte de Hardwicke es en la sobreestimación de Amanda Seyfried, una actriz que ha sabido erigirse como una buena componente de elencos, como en Chicas pesadas, Mamma mia! o la serie Big love, pero a la que hasta ahora le ha faltado carisma suficiente para llevar un filme sobre sus espaldas, como si han podido hacerlo otras intérpretes como Kirsten Dunst, Lindsay Lohan o Emma Stone. A la pobre se la nota permanentemente desorientada y los dos muchachos que la acompañan en el triángulo amoroso (Shiloh Fernandez y Max Irons) no la ayudan en lo más mínimo con sus poses copiadas de Robert Pattinson y Taylor Lautner (pésimos modelos a seguir, por cierto).

Por suerte, a pesar de tomarse a sí misma muy en serio, La chica de la capa roja solo hace reír involuntariamente (la secuencia que cita en forma explícita la parte en que Caperucita se da cuenta que su abuela en realidad es el lobo, es el Himalaya de la ridiculez). Y hasta tiene a Gary Oldman en un papel pequeño pero decisivo, pasando por caja con una actuación de taquito pero sumamente oportuna, como queriéndonos decir “che, esto no es tan importante, pero la podemos pasar bien, riámonos un poco”. Y uno hasta le hace caso y se deja llevar. Un capo, un lobo en el medio de un montón de ovejitas. ¡Que se coma a las ovejitas!