La chica de la capa roja

Crítica de Pablo Raimondi - SI (Clarín.com)

Obsesión licantrópica

Los hermanos Grimm, quienes en el siglo XIX popularizaron la leyenda de Caperucita Roja, mostraban a un hombre lobo que se disfrazaba con el atuendo de una anciana que acababa de devorar. Pero en esta versión 2011 de la mítica historia -que recayó en manos de Catherine Hardwicke, la directora de Crepúsculo- la fragilidad del guión es acorde a la fórmula melosa que catapultó al éxito a la adaptación fílmica de la trilogía escrita por Stephenie Meyer.

En La chica de la capa roja un licano, cuyo salvajismo aparece en las escenas colectivas, hechiza (y se conecta) visualmente con la protagonista: la cautiva como Jacob Black hacía con Bella Swan. El reciente estreno está protagonizado por Valerie (Amanda Seyfried), la rubia y bella Caperucita Roja, quien se adentra en los gélidos bosques. Y acá un punto importante: si el espectador busca aislarse en ese territorio escarchado, las antorchas paganas del film le calentarán la sangre durante toda la película.

Una luna sangrienta es la antesala para la aparición del hombre lobo que asola todo a su paso y, con una fuerza inaudita, se cobra víctimas entre zarpazos y mordidas. Los jóvenes actores Shiloh Fernandez y Max Irons, en la piel de Henry y Peter respectivamente, disputan el corazón de la joven (otro guiño crepuscular) y el padre de Caperucita, interpretado por Billy Burke, (sí, el papá de Bella en Crepúsculo) engarzan una vez más a este filme con la saga adolescente. Uno de los personajes más misteriosos es el de la abuela (protagonizada por Julie Christie) quien vive, apartada de la comarca, en medio del bosque.

Secretos familiares, la aparición de un justiciero (en la piel del gran Gary Oldman) y el devenir de una comarca que se ampara en las leyendas folclóricas deja cierta estela sombría sobre un film al que le faltan varias manos de oscuridad.