La chica de la capa roja

Crítica de Maria Marta Sosa - Leer Cine

DISFRACES EN LA NOCHE

La nueva película de la directora de Crepúsculo propone el origen de una nueva saga de personajes que vagan a través de la historia desplegando su encanto y masacrando personas. Es hora de esbozar un análisis de este fenómeno donde los malos son los que atraen y provocan el éxito de estas grandes producciones cinematográficas.

El problema de las últimas películas para adolescentes, como Crepúsculo (2008), su primera versión realizada por Catherine Hardwicke, quien también dirige La chica de la capa roja (2011), es la atracción que provocan los personajes que representan el mal, los vampiros en la primera, el lobo en la segunda; que terminan siendo objeto de fanatismo para el público joven a quien especialmente van dirigidas. En ambas películas los personajes “malos” son asesinos, pero son quienes seducen a las protagonistas femeninas. Esta fórmula, acentuada por la elección de parejas bellas, atractivas: Bella (Kristen Stewart) y Edward Cullen (Robert Pattinson) como vampiros, Valerie (Amanda Seyfried) y Peter (Shiloh Fernandez) como la chica de la capa roja y el lobo, es la que provoca esta inversión axiológica.
La chica de la capa roja muestra el origen del mal (del lobo) como un momento oscuro. Algunos filósofos alemanes han hablado de esto refiriendo este origen del mal al “lado oscuro de Dios”, que el mal se origina en Dios, en su lado oscuro. Este origen es trágico, su raíz es ética, ya que está en la libertad, y para ser salvados no basta la libertad (o la no elección del mal), sino la gracia (el lobo no puede pisar suelo santo, o lugares santos ya que se quema). A lo largo de la película muchas veces y en boca de varios personajes, como el padre Solomon (Gary Oldman), la abuela (Julie Christie) se habla de este origen oscuro, de la lucha contra la oscuridad, pero serán las palabras del mismo “lobo” las que confirmen que su proceder asesino está en su libertad y que el ámbito oscuro es un lugar de poder, de fuerza, de dominio. Por otra parte, Valerie, la protagonista de la película, quien desde pequeña se ha visto suscitada por este maligno, va a tener su momento “libre”, su instancia de elección para encaminarse hacia la oscuridad o no. De manera curiosa, si bien los diálogos aluden a esta oscuridad, cuando Valerie delibera su destino las imágenes que se le presentan a modo de flashfowards del camino de la oscuridad son sumamente luminosas, nítidas, en cuanto a la fotografía. Esta contradicción visual y argumental acompaña la inversión axiológica de la que hablábamos anteriormente.
Tanto Crepúsculo como La chica de la capa roja muestran al mal como “algo” (un vampiro, un lobo), como una “cosa”, postura equivocada ya que el mal no es aquello, sino que es un hecho, es un ser de hecho: es una privación y existe porque se da.
Que se den estas películas a las que podríamos sumar Let me in en su versión original Criatura de la noche (2008) y en su remake americana Déjame entrar (2010), próxima a estrenarse en nuestro país, nos habla de que esta inversión que el cine expone (y con la que recauda) es apostar a otro modelo que motive el consumo. Porque evidentemente en el mercado adolescente lo que seduce y cautiva es lo malo, revestido, como los flashfowards citados, lo cual nos dejaría una leve esperanza de que aún tiene que haber luz para desafiar la noche.