La chica danesa

Crítica de Diego Papic - La Agenda

La posibilidad de una película

‘La chica danesa’ empieza como una atractiva comedia picaresca pero termina contando la historia de su protagonista como si fuera un trámite

Los antecedentes de La chica danesa no podían ser peores: el director era el inglés Tom Hooper, responsable de las anodinas y oscarizadas El discurso del rey y Los miserables; su protagonista, el insoportable Eddie Redmayne, también inglés, que componía uno de esos papeles que requieren más histrionismo y dominio corporal que actuación propiamente dicha, como hizo en La teoría del todo. Y para colmo esta vez ni la Academia le había sonreído a la película: sólo Redmayne y su coprotagonista Alicia Vikander competirán por el premio, además de un par de técnicos.

Es decir: se esperaba (yo esperaba) una película prolija donde se lucirían los directores de arte y vestuaristas, donde Redmayne insistiera en hacernos creer que actuar es ser un gimnasta gestual y que contara una historia real cuya seriedad e importancia obligaran a no cuestionar demasiado la manera en que estaba contada.

Debo decir que La chica danesa es todo esto, sí, pero que todo esto en principio no es tan malo. La historia es la del pintor Einar Wegener y su matrimonio con Gerda, también pintora. Un día Gerda le pide a su marido que se ponga unas medias y zapatos de mujer para hacer de modelo para un cuadro y, cuando lo hace, Einar siente un placer y una plenitud que nunca había sentido antes. Se da cuenta de que le gusta vestirse de mujer.

Esta primera mitad de la película es atractiva: cuando Redmayne navega entre Einar y Lili (su alter ego mujer) y la Gerda de Vikander, con su sensualidad un poco andrógina, le sigue el juego, La chica danesa es una especie de comedia erótica y picaresca, prolija pero en el buen sentido, original y chispeante. Más para quien, como yo, desconocía la historia real en la que estaba basada.

Pero a partir del segundo acto la película se pone seria, fiel a la vida real de quien terminó siendo legalmente Lili Elbe, la primera transexual que se sometió a una cirugía de cambio de sexo. El personaje de Vikander -lo mejor de la película- pierde relevancia, Redmayne se entrega del todo a buscar su Oscar -que probablemente este año no gane- y la prolijidad de Hooper se transforma en hastío, como si todos, él y nosotros, ya supiéramos el camino que va a recorrer la película pero hubiera que cumplir con el trámite de terminarla.

La chica danesa termina pareciendo un esmerado telefilm LGBT al que no le falta siquiera la leyenda final de que “Lili Elbe se transformó en inspiración para el movimiento transgénero”, aunque la potencia de la primera parte, esa posibilidad de una película, nos esmerila todo el resto y cualquier intención que haya tenido Hooper de contar una fábula edificante se pierde por completo, por suerte y por desgracia. Por suerte, porque las fábulas edificantes no me interesan. Por desgracia, porque sin eso entonces no queda nada.