La chica danesa

Crítica de Diego Brodersen - Página 12

La transexualidad en modo pasteurizado

En su retrato del pintor Einar Wegener –primer transexual registrado por la medicina–, el director de El discurso del rey intenta un relato potable para todos los paladares. El resultado es insípido, con una puesta en escena preciosista y aniñada.

“La gente casada se escandaliza fácilmente”, comenta por lo bajo una amiga del matrimonio de artistas Wegener, ante la presencia de dos hombres incuestionablemente gay en una reunión social. La chica danesa parece diseñada, precisamente, para no escandalizar a ningún matrimonio presente en la sala de cine (entendida esa institución como reservorio de preceptos y virtudes morales, si es que tal concepto aún existe para alguien). A tal punto que el nuevo largometraje del realizador británico Tom Hooper (El discurso del rey, Los miserables) podría encasillarse en una posible categoría genérica que, a falta de un término superador, podría definirse como queer arty. La chica danesa toma algunos datos históricos, no muy conocidos, de Einar Wegener –pintor paisajista danés de cierto prestigio a comienzos del siglo XX, que pasó a ser aún más famoso/a luego de su transformación pública en Lili Elbe–, y toma esa crisis de identidad sexual, en una era poco abierta a las diferencias, para construir alrededor de ella un relato potable para todos los paladares. Y, por ello mismo, esencialmente insípido. Ergo, cuatro nominaciones a los Oscar, incluyendo mejor actor.Eddie Redmayne es el encargado de darle vida a Einar/Lili, aunque por momentos parezca atrapado en su papel de Stephen Hawking, repitiendo gestos y tics de la oscarizada biopic del año pasado; el rol de su mujer, la también artista plástica Gerda Wegener, recayó en la actriz sueca Alicia Wikander, quien demuestra cierto brío para un rol nada secundario, a pesar de las apariencias. Ambos están atrapados en un guión que destaca giros, novedades y mutaciones en su relación como en una sesión de terapia amateur y de una puesta en escena preciosista y aniñada, que haría enrojecer a un Fassbinder. De hecho, las posibilidades melodramáticas de la historia han sido minimizadas, optando en cambio por una mezcla de realismo psicológico superficial y reconstrucción de época pour la galerie. Los encuadres obturados por elementos de la escenografía que Hooper aplica a las primeras transformaciones de Einar en Lili pueden imaginarse como reflejo de sus propias dudas. Pero también podría tratarse de pudor, de cierto grado de vergüenza por lo que se está mostrando, posible paradoja de un film que pretende darle visibilidad a la historia del primer transexual de la historia, según consta en los anales de la medicina.Lili será golpeada salvajemente por dos hombres en un parque parisino bellamente fotografiado y habrá un reencuentro con cierto amigo de la infancia, detonante de un primer chispazo de iluminación sobre la identidad sexual y los sentimientos del cuerpo. Antes de eso, el diagnóstico de un médico convencido de que su conducta es aberrante y perversa; un poco después, otro especialista que le ofrecerá la posibilidad de ser, finalmente, literal y simbólicamente libre de su “parte masculina”.De fondo, la pintura, relegada ante las urgencias de la identidad. La idea de un Arte con mayúsculas anda revoloteando por allí, el cine un simple servidor de esas alturas, didáctico e ilustrador. Todo es tan pulcro y correcto, elegante y tierno, que termina siendo casi aséptico. Ideal para limpiar conciencias y pensar, durante un par de horas, que a diferencia de ese pasado oscurantista, hoy en día el de los travestis y transexuales es seguramente el mejor de los mundos.