La cena blanca de Romina

Crítica de Sergio Del Zotto - Visión del cine

La cena blanca de Romina es un documental que, a través de un caso particular, devela la trama social que sostiene y permite la violencia de género y los femicidios en este tiempo en nuestro país.
Romina es Romina Tejerina, la joven jujeña que fue condenada a 14 años de prisión por el asesinato de su beba recién nacida. La muerte fue producto de un brote psicótico, ya que dijo haber visto la cara de su violador en el rostro de la criatura. La cena blanca es la fiesta que se hace cuando los estudiantes terminan la secundaria. Romina no pudo tenerla porque ese día estaba presa.

En este documental Romina casi no tiene voz, no se expresa, porque lo que eligen los realizadores es otra cosa. Prefieren mostrar el caldo de cultivo de una sociedad regida por un juego de doble moral.

Por un lado los preceptos de la iglesia católica, omnipresente en esa cena blanca en que los egresados le ofrecen una flor a la virgen (acto al que las mujeres van vestidas como princesas de un cuento que nunca se concreta). Las chicas van “producidas” (como ellas mismas dicen) al día más importante de sus vidas, lo cual es al menos curioso tratándose de la finalización de un ciclo escolar, en el que lo más destacado debería ser un acto académico, y parece ser más una presentación en sociedad.

Por el otro, las opiniones representativas de algunos miembros de la justicia y la política, como el pintoresco intendente en ejercicio cuando se produjo el hecho del encarcelamiento de Romina que se refiere a las mujeres y a la noche del pueblo de San Pedro con un picardía recalcitrante.

Francisco Rizzi y Hernán Martín balancean lo espeluznante de algunos testimonios retrógrados con el de personas que comprenden la gravedad de las situaciones: médicos que hablan de embarazos adolescentes, mujeres que luchan para visibilizar el sufrimiento de aquellas que son cosificadas, aun por sus pares de género.

Lo más retrógrado de las sociedades de los pueblos del interior del país reflejado en todas las capas de la sociedad: desde un intendente hasta un amigo del supuesto violador de Romina que es definido como un tipo simpático, un ganador que no necesita abusar de una mujer para tener sexo con ella. La víctima juzgada más que el victimario.

Lo valioso de este documental es que deja en evidencia -a pesar del sabor amargo que eso conlleva- que, a pesar de todo lo vivido, nada ha cambiado.