La casa muda

Crítica de Rodolfo Weisskirch - A Sala Llena

El Viejo Truco de la Soga en el Baúl

Formalmente hablando, este nuevo ejercicio cinematográfico tenía sus atractivos. Una película grabada con cámara digital sin cortes siempre es llamativo. No es la primera y no será la única. El precursor de este recurso (¿cuándo no?) fue Alfred Hitchcock. No fue ningún vanguardista de la nouvelle vague, de Alemania o de India. No, uno de los directores más industriales y respetados de la época se metió en una habitación y grabó en apenas una semana un film con pocos cortes que se escondían cada vez que la cámara iba a un objeto negro y volvía a salir. En el medio, el maestro hacía un fundido invisible al simple ojo y salía como si nunca hubiese cortado. Un revolucionario. 1948. La película: Festín Diabólico, o mejor conocida como La Soga.

Varios trataron de emularlo con el correr de los años. El último y acaso más justificado, inteligente e interesante a nivel narrativo fue el director de Madre e Hijo, Alexander Sokurov con El Arca Rusa (2003), una recorrida por la historia rusa en un plano secuencia dentro de un museo, muy bien construida y con apenas 10 cortes indivisibles.

Con La Casa Muda volvemos al género de terror. Tanto por estética como por narración este film uruguayo se acerca más a un film español al mejor estilo Rec, Proyecto Blair Witch, Actividad Paranormal o Cloverfield, pero acá no hay una explicación diegética de la presencia de la cámara, por suerte. Ya el seudo documental de terror no causa efecto.

Lo primero que llama la atención es la prolijidad de los encuadres, la frialdad y la austeridad del relato. La protagonista ni dice casi palabra durante la primera media hora de duración, donde la sugestión y los recursos fuera de campo toman protagonismo. Prácticamente sin música incidental, sonidos, sombras, miradas, entradas y salidas de personajes transmiten cierto miedo o tensión al espectador.

Como siempre, estos principios tranquilos logran ser mejores que el resto de la película. La excusa para este relato: un casero y su hija deben pasar la noche en un casa abandonada, que el dueño quiere vender, y supuestamente, la mañana siguiente arreglarla. Pero la acción no va a pasar de esa noche.

Hernández sostiene toda la acción desde el punto de vista de Laura, la protagonista de forma inteligente. Los problemas comienzan cuando empiezan a caer cadáveres por así decirlo.

En este punto, no solamente la actuación de Florencia Colucci empieza a decaer por llantos poco creíbles, sino que también la narración que empieza a tomar rumbos previsibles y se dilata la acción. En los últimos 15 minutos, nos encontramos con un final demasiado explicativo y complejo para este tipo de películas que involucra trata de blancas y pedofilia probablemente. ¿Por qué? ¿Era necesario? Hernández con su guionista se inspiraron en este segmente en un caso policial real y parece que “quisieron” ser fieles a este mismo.

La narración agarra caminos difusos y confusos, tanto que en el sentido más estrictamente cinematográfico, Hernández repentinamente no sabe que punto de vista tomar… y mete una subjetiva innecesaria.

Durante los títulos finales se devela todo lo que en los 75 minutos anteriores no estaban claros, y por si hay dudas, después de los títulos siguen las explicaciones (no a manera literal sino con imágenes).

La inteligencia y originalidad de la puesta en escena de este tipo de películas es relativa. Por momentos, sorprende que la solemnidad primeriza demuestran al menos ciertos conocimientos cinematográficos para crear climas. Algo que no tenían ni Proyecto Blair Witch, Actividad Paranormal 1 o la primera Rec (que se parecía más a un video juego en primera persona que a una película).

Pero exponiendo tanto argumento metafísico, el director pierde el rumbo de la película. Se vuelve pretenciosa. Es en dichos momentos, donde se debe reconocer que Tod Williams entendió lo mismo que Balagueró y Plaza, en las retrospectivas secuelas de Actividad Paranormal y Rec: que cuando el ejercicio formal - técnico se agota, uno tiene que apostar por el relato en sí, dándole acción y no explicación. En este sentido, me parece que Matt Reeves fue el más inteligente de todos con Cloverfield. Está bien, la historia era diferente, pero Reeves construyó una película, que sin perder su identidad, era vigorizante, y nunca dejaba de ser atractiva, gracias a buenas interpretaciones, construcción de personajes, y subtramas que se mechaban de forma inteligente. Claro, el genio de J. J. Abrams estaba detrás controlando todo. Y ni me atrevo a hacer una comparación con Hitchcock.

Lamentablemente, La Casa Muda no pasa de ser otro curioso ejercicio de terror, con algunos momentos interesantes, pero que no termina bien. Claro, filmado de este lado del océano cobra mayor significado. Pero no olvidemos, que de esta lado también tenemos maestros del terror como la gente de Paura Flics y los muchachos de Farsa.