La casa Gucci

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

¿Vieron cuando van a un restaurante bueno, piden un plato que ya probaron, o se lo recomendaron, y terminan sintiéndolo insípido, con gusto a nada? La casa Gucci trata sobre ese clan familiar de Milán, y es como una milanesa de soja recalentada, que le sirvieron a la mesa a Lady Gaga.

Muchos buenos ingredientes, pero una cocción desafortunada.

Y sí. Es raro. Ridley Scott era (¿era? ¿ya no es?) de los pocos directores con chapa de grande que difícilmente tuvieran una película floja. Podrían entretener más o menos, pero pagar la entrada para ver una de Scott era una garantía.

Y si hace semanas marcábamos que en El último duelo, su filme anterior, la cosa mejoraba cuando primaba la acción y no las palabras, en La casa Gucci, en la que casi no hay acción… Pero analicemos qué pasa en House of Gucci, de la que todo el mundo hablaba para estar ahí, peleando por el Oscar, y puede terminar ahí, peleando por los Razzies.

El director de Blade Runner, Alien, Thelma & Louise, Gladiador y Misión Rescate contó con un elenco estelar. Como suele tener siempre a su disposición.

¿Falló la historia?

La película cuenta el ingreso de Patrizia Reggiani (Lady Gaga) a la familia Gucci. O al imperio Gucci, habría que decir. Patrizia conoce de casualidad a Maurizio (Adam Driver) y queda clarísimo que a la hija de un empresario de camiones lo único que le interesa es pescar al anteojudo heredero del imperio.

Es algo que Rodolfo Gucci (Jeremy Irons) le pronostica a su hijo. Pero ya sabemos que el amor es ciego, y muchas veces, sordo, y Maurizio abandona el hogar paterno para pasar a ser camionero y terminar esposando a Patrizia.

Por supuesto que volverá al seno de la familia, pero será cuando Patrizia convenza al tío Aldo (Al Pacino) de abrazar a su sobrino. Aldo, que vive en Nueva York, se lleva pésimo y hasta trata de inútil a su propio hijo, Paolo (Jared Leto, irreconocible con la cantidad de prótesis en el rostro y el cuerpo).

El resto es historia, si usted no sabe qué paso con el imperio Gucci, las peleas internas en la empresa familiar de moda, zapatos y carteras, y por qué todo se transformó en un resonante caso policial no se lo vamos a spoilear aquí.

¿Fallaron las actuaciones?

Lady Gaga y Driver (que estuvo en El último duelo) son de lo mejorcito del elenco, aunque la peor parte del matrimonio le toque al actor de Paterson y la última trilogía de Star Wars. Tiene textos increíbles, y pasa de la devoción a la familia a traicionarla y volver a confiar sin que medie explicación o actitud alguna.

Jared Leto es otro que puede ampararse en lo físico para al menos zafar, y sumar su falso acento italiano.

Pero lo de Pacino e Irons no tiene nombre. Al venía parodiándose a sí mismo, y aquí no parece tener control, ni que nadie le hubiera puesto límites. Y el ganador del Oscar por Mi secreto me condena está en piloto automático hasta cuando termina en un cajón.

¿Falló la dirección?

Y, sí. Extraño que los nuevos y habituales colaboradores de Scott -el director de fotografía Dariusz Wolski, la editora Claire Simpson, el músico Harry Gregson-Williams- no le hayan advertido que el asunto se venía poniendo denso, espeso, larguísimo (dos horas 37 minutos) y aburrido.