La casa Gucci

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Ridley Scott filma con una llamativa velocidad. Su prolífica trayectoria acumula títulos. Su curiosidad no deja género por explorar: cine épico (“Gladiador”), cine de época (“Los Duelistas”), cine de acción (“Lluvia Negra”), cine de ciencia ficción (“Blade Runner”), cine de gángsters (“Gángster Americano”), cine de aventuras (“Thelma and Louise”). Cine en 24 x 7. Afín al producto de corte industrial, ha sabido imprimir su concepción autoral, más bien artesanal, a un cuerpo de obra que supera los cuarenta títulos. Tampoco le resulta ajeno el hecho de estrenar dos películas en un mismo año, una rareza para Hollywood. Pero el incansable de Scott ya lo ha hecho, en dos ocasiones previas. En 2001, lanzó la oscarizada “Black Hawk Down” seguida de “Hannibal”, sobre la novela de Thomas Harris. Luego, repitió la gesta en 2017, con “Todo el Dinero del Mundo”, sobre la vida de John Paul Getty y “Alien: Covenant”, su eterno regreso al universo que pergeñara allá por 1979. Y aquí, en 2021, renueva Scott la apuesta doble, meses después de sorprendernos con “El Último Duelo”.

La última película del hermano mayor del tristemente malogrado Tony Scott, está basada en el libro fenómeno de ventas “The House of Gucci: A Sensational Story of Murder, Madness, Glamour, and Greed”, autoría de Sara Gay Forden. Pueden las cuatro impactantes palabras que condensan su título (asesinato, locura, glamour y codicia) hacernos predecir la atmósfera del voluminoso metraje -más de dos horas y media- del film. Una apasionada recreación del crimen por encargo de Maurizio Gucci, tercera generación regada en sangre. Se trata del nieto del fundador de la emblemática firma de lujo italiana, con sede en Florencia. ¿La ideóloga del plan criminal? Su ex compañera sentimental, Patrizia Reggiani. Que las palabras ‘historia’ y ‘sensacional’ conjuguen, también, el entramado del título literario, alimenta las expectativas puestas sobre un dantesco culebrón familiar. No habría otro destino para la benemérita ‘casa Gucci’. Un apellido marcado por el poder, la fama y la gloria, en igual medida que por la ambición, la avaricia y la maldición. La casa iba a volar por los aires, iba a incendiarse, o iba a ser acribillada a balazos. Una operística criminal que esconde intereses, celos y deseos de venganza, trazando ciertos lazos con la maquinaria de su lograda “El Abogado del Crimen” (2013).

Tal y como es su costumbre, Scott se rodea de un portentoso elenco, reuniendo a Lady Gaga, Adam Driver, Jared Leto, Jeremy Irons, Salma Hayek y Al Pacino. Un lujo del que pocos directores pueden presumir. No menos curioso resulta que, con excepción de Adam Driver (protagonista de su penúltimo film), el resto de los intérpretes hacen su debut bajo la lente del veterano cineasta. Cada uno de ellos ofrece prodigiosas composiciones, convirtiéndose en el aspecto más sobresaliente de un film con destino de ceremonia de Oscar. El implacable, camaleónico y fríamente calculado retrato proferido por Lady Gaga confirma su glorioso futuro como actriz, luego de su brillante personificación en “Ha Nacido una Estrella”. El detallismo gestual, la transformación corporal y el trabajo fonético de un irreconocible Jared Leto conforman los valores de una de las performances más impactantes de las últimas décadas. Lo de Al Pacino es, francamente, una sinfonía actoral; no podríamos imaginar otro que el inmenso intérprete de raíces italoamericanas para ponerse en la piel de una de las cabezas del polémico clan empresarial. A sus ochenta años sigue dando cátedra; verle cada segundo en pantalla es pura leyenda cinematográfica. No menos elogio merece la breve pero intensa intervención de Jeremy Irons, auténtica estampa masterclass de un líder de familia en franco crepúsculo. Adam Driver gravita como el centro convergente del relato, suyo es un tour de forcé emocional concebido con absoluto profesionalismo, si bien la evolución psicológica de un personaje ambivalente como Maurizio Gucci merecía algunos minutos más de interés. Allí está también Jack Huston, haciendo las veces de abogado del diablo y, hablando de un legado que atraviese generaciones, porta el joven un apellido ilustre hollywoodense cuyo tenor rastreamos desde su abuelo John o su bisabuelo Walter. En otro registro, un deslucido rol de profética oportunista cae en manos de Salma Hayek, quizás el único apellido ilustre que no haya estado a la altura de semejante all star cast.

Mediante una lograda recreación de época y una cuidadosamente elegida banda sonora (con excepción de la…¡salsa brasileña!) que coloca nuestra atención en coordenadas temporales atravesadas por melodías de George Michael o David Bowie, el film nos sumerge en la lucha sin tregua que compendia veinte vertiginosos años para el imperio del diseño. Hay un apellido que cuida sus apariencias haciendo gala de un conservadurismo que rechaza a quienes no pertenecen a su clase social. Sin demasiado preámbulo, un idilio nupcial difumina toda barrera que el dinero no pueda comprar. Atención, no es oro todo lo que reluce. Pronto, la tragedia dará curso. Jefes de familia que perecen, hijos renegados que persiguen la independencia económica, miembros expatriados que buscan una segunda oportunidad y una mujer de dudoso pasado que viene a infiltrarse con oscuros intereses, sazonan de interés tan putrefacta saga. La intriga se cuece puertas adentro de fastuosas mansiones cuyas paredes parecen abrazar espectros fantasmales proyectados por celuloide. Puede el clan vivir atrapado por su propio pasado o puede resurgir de sus propias cenizas. Los palacios albergan celebraciones y agasajos que no escatiman banquetes de comida autóctona y fina cristalería. Enormes habitaciones decoran sus paredes con arte de eximio paladar, las apariencias primero. Todo luce muy chic y más vale no combinar colores pastel con sacrílego marrón, mientras algunas referencias a la idiosincrasia italiana y latiguillos idiomáticos infaltables buscan minimizar el hecho que el monopolio americano rueda una biopic de raigambre italiana. Hollywood todopoderoso, lo has hecho de nuevo.

Los Gucci tienen prosapia, quien lo negaría. ¿Estará la recién llegada a la familia a la altura? Lady Gaga mira a la cámara, señala su anillo y afirma pertenecer al clan. Se siente una especie de salvadora, una enviada. Cuida sus intereses y los de su compañero, aunque se lleve historia del arte a marzo. Solo para entendidos: Picasso no es Klimt, aunque la intrusa del clan no sepa distinguir uno de otro. El paso de los años y las tendencias en boga nos hacen apreciar un Rotko de pura cepa colgados en las oficinas centrales, un decenio después…moda que no es vanguardia. Ostentan los Gucci un mobiliario que presume de un fino gusto estético, del cual ya muchos quisieran presumir. Pero ni todo el dinero del mundo (no pund intended) puede comprar la paz y la armonía familiar. “La Casa de Gucci” es una radiografía acerca del ascenso, auge y caída de un apellido de ascendencia humilde y meteórica escalada hacia la cima del poder. Desde los campos de toscana al pudiente Norte italiano. De un sinuoso sendero signado por un mal augurio, marcado en igual grado por la férrea tradición a unos principios conceptuales inquebrantables tanto como por la desunión familiar y el conflicto de intereses monetarios. Divide y reinarás, dicen quienes calzaron sobre su sien la corona y no de espinas, aunque el camino no esté desprovisto de esto último.

La monetaria ruleta de intereses y el rumbo que dicta el mercado nos habla también acerca de un período de adaptación radical, desde la bisagra existente entre los años ’80 y ’90, conformando un cúmulo de influencias y nombres propios insoslayables (Versace, por ejemplo, objeto de estudio de la serie “Crímenes Americanos”, de Rayn Murphy) claves para el mapa de época forjado. Scott profundiza en los motivos de la traición, haciendo eclosión el conflicto en el seno familiar, tanto en la batalla legal por la tajada de acciones de cada uno de los integrantes del imperio, como en el espiral autodestructivo en el que se ve sumido el matrimonio interpretado por la dupla Driver-Gaga. La corrupción del linaje, cuya herencia de sangre ha desaparecido por completo de la marca en nuestros días, nos evidencia un monumental friso de decadencia. El envenenamiento es moral, comprometiendo las conductas y las motivaciones de cada integrante involucrado. La puñalada puede provenir del propio árbol genealógico o de inversores extranjeros bañados en vil metal. El beso de Judas que no disfraza su verdadera intención. Un insulto que diluye la imagen de una institución, también acechada por la competencia desleal que representa la réplica falsificada de productos. Las cartas estaban echadas, mucho antes de que ella ordenara apretar el gatillo.