La casa del eco

Crítica de Pablo E. Arahuete - CineFreaks

Derrumbes

La interesante apuesta de esta opera prima se plantea desde el inicio y en la imagen o metáfora de una moneda de dos caras iguales. Configurarse esa idea implica además sumergirse en la subjetividad o mundo interno de su protagonista, Alejo Ruiz, de profesión arquitecto pero a quien a sus 36 años lo atraviesa una crisis personal y que se conecta con trastornos de sueño, entre otras cosas.

Realidad y sueño son esas dos caras planteadas, para una moneda que gira pero alejada de las normativas de lo real y entonces la conjunción de lo soñado y lo vivido transporta al espectador y al relato en un viaje a partir de un lugar misterioso. Ese lugar guarda una estrecha relación con el pasado del padre de Alejo, con quien existe una relación sumamente tirante, sin ninguna explicación durante el desarrollo del film. No es necesario explicar nada porque en este debut cinematográfico de Hugo Curletto lo real se vuelve anecdótico, y hasta difuso cuando se entrelaza con el deseo y la construcción de vínculos que se derrumban.

Como todo buen relato, es infaltable el viaje para marcar las transformaciones del personaje y en ese sentido cuando el viaje se traslada a la montaña, el paisaje hostil y la presencia de un baqueano extraño y de pocas palabras resignifican las búsquedas. También los vínculos de pareja -Guadalupe Docampo en un papel intenso a la vez que contenido- resquebrajados como las paredes de una gran casa en ruinas.

Y si hablamos de espacios por descubrir o para habitar desde otro lugar, la distancia marca una relación invisible con el eco que se acorta a medida que se reduce el espacio o hueco entre dos cosas o personas, o…

La singularidad de La casa del eco es tomarse el tiempo y el atrevimiento de sostener la ambigüedad entre realidad y sueño hasta el límite, recurso que funciona porque los involucrados en ese juego simbólico son Alejo y su pareja, sus deseos, sus diferencias, miedos y necesidad de escuchar nuevos sonidos.