La casa del eco

Crítica de Guillermo Colantonio - Fancinema

CON SU BLANCA PALIDEZ

Una pared que se derrumba, una voz en off que dice “no descanso bien, dormir se hace insoportable” y las imágenes de una tomografía computada en una sala cuya fisonomía bien podría confundirse con una nave espacial. La omnipresencia del color blanco y la parquedad ya se instalan como señales de una trama que no avanzará más allá del automatismo de los personajes y de las actuaciones. Lamentablemente, la película de Curletto parte de una idea interesante y se estanca en ese plano dado que el resultado es tan pálido como un vampiro de la Hammer.

Alejo es el protagonista, un arquitecto que ha obtenido un premio por el diseño de una casa capaz de producir eco. El logro profesional no se disfruta puesto que los trastornos de sueño no permiten más que una vida suspendida en la monotonía familiar. Las consecuencias de esto son mostradas a través de un hieratismo expresivo recurrente y con efectos agotadores pasada la mitad del film. En ese afán por construir una atmósfera antes que una historia, el malestar lo envuelve todo, hasta un polvo de pareja. No hay un momento de placer en la vida del protagonista de rosto adusto, capaz de reprocharle todo a su mujer. En un pasaje la reta por una redundancia verbal. Esta insistencia sostenida sobre la acumulación de indicios que acrecienten “un dolor fantasma” en la experiencia de Alejo confirma, en todo caso, la redundancia de La casa del eco, caminando en círculos a partir de situaciones arbitrarias. Hechos forzados sirven para introducir un viaje al corazón de la montaña en busca de unos terrenos cedidos por su padre. Entonces el “sueño progresivo” del joven agrega eslabones a una cadena de incomodidades donde dos historias se imbrican entre la vigilia y la dimensión onírica. En todo ese trayecto hay siempre incomodidad y la sensación de peligro inminente mantiene cierta tensión, pero desafortunadamente es sólo un eco dentro del cuadro general abúlico.

Dos situaciones, dos marcos narrativos y dos triángulos se enlazan caprichosamente y abren un abanico de historias sueltas. El problema es que el hilo que debe unirlas es muy débil narrativamente y entonces queda la impresión de un conjunto vacío, despojado de materialidad, de vida, disfrazado de un rompecabezas al que parece habérsele perdido tres o cuatro piezas fundamentales. Con su blanca palidez (diría Procol Harum) La casa del eco nos deja sordos.