La casa de Wannsee

Crítica de Caty Filgueira - Cuatro Bastardos

La Casa de Wannsee: Reviviendo la historia familiar.
En este documental, la directora se embarca en el descubrimiento de su propia historia familiar y los lugares a los que llevó a su familia.
Todos tenemos una historia que nos precede. Algunas son claras y felices, otras tienen giros tristes o, incluso, desgarradores. Y todos, absolutamente todos, tenemos parte de esa historia perdida en el tiempo, ya sea como resultado de mudanzas, fallecimientos o azar.
En este caso, la directora y guionista de este film, Poli Martinez Kaplun, decide empezar a redescubrir la propia cuando su hijo toma la decisión autónoma de hacer el Bar Mitzva. Que en sí mismo es probablemente lo más normal del mundo. Pero el caso de la familia de la directora, ellos no son religiosos, según sus propias palabras. Y esta decisión tan aparentemente inocua es el punto de partida para ir desenterrando la historia familiar y ver, si es posible, dónde fue que su familia dejó atrás la religión.
La narrativa es llevadera y nos traslada de un miembro de la familia a otro. Lo fortuito y agraciado es que varios de los miembros de la familia que vivieron la historia que se cuenta están presentas para dar su propia versión de los hechos y cómo ellos recuerdan a los que ya no están.
Entre los puntos claves de la historia encontramos la partida de Alemania de la abuela de Poli, Emily, como resultado del incipiente nazismo. Su familia, cuya cabeza era su padre Otto Lipman, siempre fue muy amiga de la tecnología y, a diferencia de otras familias de la época, su narrativa esta acompañada de un montón de imágenes que narran la vida familiar, desde fotografías a videos caseros.
Pero las cosas son lo que son y Emily decide emigrar a Alejandría por recomendación de un conocido que allí vivía. Es allí donde conoce a su marido y se casa, para luego necesitar emigrar una vez más a Suiza. Y luego una vez más a Argentina, dónde gracias a un diario descubrió que tenía familia. Y así una o dos veces más, que la llevan de vuelta a Europa a Emily, su marido y dos de sus tres hijas (la del medio se había enamorado en Buenos Aires).
Es entre idas y venidas que vemos cómo esta familia lo ha ido teniendo que dejar todo una y otra vez, sin ser víctimas directas de las guerras pero siendo afectados por las mismas de todas formas. Teniendo que moverse porque es necesario y porque, a diferencia de otros, pueden hacerlo.
Cómo suele ocurrir, hay cosas que se deben dejar atrás para avanzar. Y el punto que le da título a esta historia es la gran casa familiar que Otto Lipman tenía en Alemania y que Emily debió vender para irse, a menor precio y sin nunca recibir el pago por la misma por el hombre que la «compró».
Este es el punto que le da nombre a la historia de la familia Kaplun. La lucha de Helen y sus hermanas, las hijas de Emily, para recuperar la casa luego de la caída del muro. Y no es fácil, porque hay quienes creen tener derecho a la misma y quienes creen que quizá es mejor rendirse.
Es una historia distinta en relación a lo que estamos acostumbrados cuando hablamos de familias que emigraron por el nazismo. Es incluso muy interesante verlos debatir sobre si fueron perseguidos o no, que si sufrieron por ser judíos o no, que tal miembro de la familia nunca se sintió despreciado por eso o no. Los puntos de vista son muchos y las conclusiones a las que llegan son varias.
«La casa de Wannsee» fue testigo de una de las épocas más negras de la historia y ahora es una vez más el hogar de alguien, devuelta a su antigua gloria por las personas que la compraron luego de que los Kaplun la recuperaran (ya que, a pesar de todo, ninguno volvió permanentemente a Alemania). Pero incluso el nuevo dueño, según vemos, le hace honor a las personas que allí llevaron una vida más que plena y definitivamente de avanzada, especialmente si consideramos que Otto Lipman era un psicólogo con una escuela propia e investigadores en la temática.
Junto a la directora, no solo vemos su historia familiar, sino la de la zona de la casa y la historia que afecto al mundo. Hay mucho que contar y lo hace con mucha curiosidad y cariño familiar, incluso cuando va descubriendo cosas que, a pesar de bien sabidas, son difíciles de aceptar.
Este documental apunta a un punto de vista distinto: no es una historia dramática en el sentido de que todos mueren trágicamente. Es dramática en un formato más real, más del día a día si se quiere, y muy atrapante.