La casa de los conejos

Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Editada en 2008, por Laura Alcoba, la novela “Manèges, Petite Histoire Argentine” retrata su infancia y adolescencia. Radicada actualmente en París, es también autora de las novelas “Jardín Blanco” (2010), “Los Pasajeros del Anna C.” (2012) y “El Azul de las Abejas” (2015). Hija de militantes, Laura habitó la ‘Casa de los Conejos’, ubicada en la ciudad de La Plata. Allí funcionaba, oculta tras una fachada, la principal imprenta de Montoneros que publicaba el periódico “Evita Montonera”. Aquellos días vividos en la inocencia infantil corrompida, en donde se perpetraban actos de represión ilegal contra militantes. Un panorama de contemplaba la existencia de centros de detención y robos de recién nacidos. Esta es la cruda historia que lleva a la pantalla la realizadora Valeria Selinger, desde la mirada de una niña acostumbrada a mutar de piel para sobrevivir.

Nos encontramos en el año 1975. En Argentina, se respiraban aires opresivos. Se cernía la noche de un baño de sangre inminente, proliferaba el miedo a vivir en la clandestinidad y nuestras libertades individuales estaba a punto de ser cercenadas, del modo más cruel y perverso. Censura, persecución y muerte serían el denominador común de un nefasto lapso que se prolongaría hasta 1983. “La Casa de los Conejos” nos habla acerca de la verdad resquebrajada y un espacio físico como refugio para pensar nuestra identidad: aquellos secretos que conforman una realidad tergiversada, como mecanismo de ocultamiento. Una historia abordada previamente en el ámbito cinematográfico nacional por “Infancia Clandestina” 2012), del notable Benjamín Ávila. La represión justificada y el autoritarismo validado por el aparato represor, a las puertas de la última dictadura, desnuda la cara del poder que avalaba al sometimiento, la brutalidad y la violencia, acallando voces.

La denuncia y delación a sospechosos de subversión alimentaba la atmósfera imperante de miedo, aspecto presente y constatable en el valiente y mejor logrado film de Benjamín Naishtat, “Rojo” (2018). La historia mil veces contada ya por nuestro cine, que se repite en la simplicidad que desprende la perspectiva de una niña. Abordando temas como la pérdida de la inocencia y las mentiras compradas como verdad, “La Casa de los Conejos” prefiere una estética minimalista. Su registro ficcional cruza la esencia con el enfoque documental que reconstruye los ecos de una Argentina oscura. Sin embargo, observamos un uso del lenguaje cinematográfico demasiado monocorde, resultante en diálogos un tanto acartonados, una implementación de planos poco favorecedora y una puesta en escena no precisamente ingeniosa.

Mediante un elenco que incluye a Paula Brasca, Mora Iramaín García, Guadalupe Docampo, Darío Grandinetti y Miguel Ángel Solá, la autora conserva la memoria viva que repudia el horror militar; la libertad siempre nos rescatará de un tiempo atrás hecho de atroz silencio. En “La Casa de los Conejos”, la denuncia adquiere ese matiz conmovedor a su cruento desenlace. Aún víctima de cierta desprolijidad en el relato y dejando entrever un vuelo creativo cercenado por cierta carencia de ideas (que no implica economía de recursos), la voz de los protagonistas otorga entidad al miedo y al peligro inminentes. Es una prosa que relata días vividos a la sombra. Una herramienta de lucha y concientización, como elemento transformador de la acuciante realidad.