La casa acecha

Crítica de Guillermo Colantonio - Funcinema

EL DESPRECIO

El desconcierto, cuando no da vida, mata. El desconcierto que provoca una película como La casa acecha (que desde su título mismo parece consagrarse al culto por la obviedad), un compendio mal articulado de escenas cuyas decisiones formales son inentendibles o parecen haber sido escritas sin el menor esfuerzo, no da siquiera para la risa (que podría haber sido un buen destino). La sucesión de elementos descuidados comienza en la primera escena con una reacción imposible de Mike Amigorena (un tipo simpático pero que en una película de terror es como una aceituna en un pan dulce) ante un sobresalto. Leonora Balcarce es su mujer y están llegando con el auto en medio de la noche a La Pampa para arreglar una casa. Ella se muestra reticente, desganada, y no saldrá nunca de ese registro, producto de las falencias de un guion plano en cuanto a la construcción de los personajes. Los colores azulados en el interior del auto anticipan la paleta dominante para el resto de la historia en la casa, una especie de frigorífico gigante (claro, hay espíritus, hace frío entonces). Hacia el fondo del coche, una estampa roja señala el infierno por venir.

A partir del momento en que ingresan al lugar, todo se va apagando en el peor de los sentidos y se potencian progresivamente los baches de un relato plagado de referencias mal utilizadas y de recursos empleados para cubrir aquello que no existe. Con respecto a esto último, la utilización de efectos de sonido intenta tapar los agujeros de un desarrollo argumental pinchado y atmósferas que no conmueven ni sobresaltan. Y si bien el miedo es un efecto subjetivo que no hay por qué medirlo en cada espectador, sí se reconoce una intencionalidad de causar inquietud, al menos, cuyo resultado es nulo. A esto hay que sumarle los tonos solemnes de los diálogos, por ejemplo los del Bocha, el lugareño que los asiste en la casa, y las modulaciones imposibles de Amigorena. Pobre Amigorena. Uno tendería a pensar que es una venganza o un gualicho que alguien le perpetró para que protagonizara la película, es la única explicación para digerir la ridiculez a la que se expone y es expuesto. Ni hablar de la aparición del espíritu, una mezcla de villano de La amenaza fantasma de George Lucas licuado con la muerte del Bergman de El séptimo sello. Por otra parte, las reacciones de los personajes parecen desfasadas en el tiempo en que deben hacerlo.

Nada funciona. Los movimientos de cámara son arbitrarios, las conversaciones están mal filmadas. ¿Cómo puede entenderse que en medio de una charla se alternen angulaciones diversas, cuál es la lógica dramática de tales decisiones? ¿Cuál es la lógica, por otra parte, de repetir siempre el mismo latiguillo, el mismo chiste del protagonista a su mujer? Imposible saberlo. Lo peor, acaso, sea que la propuesta encima es pretenciosa.

Me acordaba mientras miraba esta película de un ritual que sostenía con amigos hace un tiempo donde mirábamos videos de bandas glam (las berretas, las de la década del ochenta, esas de pelos largos platinados). Entre ellos había un bajista que decía “qué desprecio por el instrumento”. Y me digo ante la película reseñada, qué desprecio por el género.