La carretera

Crítica de María A. Melchiori - Cine & Medios

Letanía del hombre que está solo y pelea

En un mundo devastado por un evento catastrófico del que no hay muchas noticias ni explicaciones, un hombre (Viggo Mortensen) y su hijo (Kodi Smith-McPhee) transitan las carreteras desoladas de un país que ha quedado reducido a cenizas, en busca de la costa. Hace ya mucho tiempo que el hombre olvidó lo que era una existencia feliz, rutinaria, el proyecto de un futuro. Hace apenas unos meses que se ha decidido a caminar para buscarle un futuro a esa criatura a la que a veces trata con cierto desapego, pero que le es animalmente propia, como una extensión de esa antigua vida que se hizo cenizas.
Fuego, polvo, oscuridad y silencio son los elementos que acompañan a los personajes a lo largo de un camino donde cualquier alteración de la rutina constituye una potencial amenaza. Ante todo, el hombre lucha con sus propios demonios para mantener la cordura y sostener en su hijo el embrión de una cultura que se perdió después del holocausto. Los extraños en el camino pueden ser orates o caníbales, casi sin excepción; la premisa será sobrevivir pero no al costo de perder la propia humanidad. La única salida para una vía cerrada debe ser la muerte. Padre e hijo se han preparado para ese día que esperan que nunca llegue.
Mortensen confirma que sus nominaciones recientes a diferentes premios no son en vano, en un rol que desafía de una forma compleja su capacidad en tanto él mismo es padre; puede parecer una observación menor, pero si tenemos en cuenta el tono del drama, el argumento y el devenir de los protagonistas, se revela lo más crudo de la historia de Cormac McCarthy como un poderoso motor de evolución y cambio a lo largo de la trama.
Con una solvente puesta en escena y un par de clímax bien graduados que contribuyen a una visión más amena (recordemos que ante todo se trata de un relato durísimo de supervivencia, que apela a lo más profundo de la conciencia y la ética humanas), el realizador John Hillcoat consigue transmitir al espectador angustia e interés en la medida justa. Hacia la mitad, se pierden los únicos vestigios de efectismo y la historia tiene que sostenerse por la plena labor de los actores. Caminar con ellos por este mundo de pesadilla puede volverse una experiencia abrumadora y reveladora al mismo tiempo. Muy recomendable.