La carretera

Crítica de Hugo Fernando Sánchez - Subjetiva

Todos los fuegos, el fuego

En el final de Sin lugar para los débiles, cuando el sheriff Ed Bell que encarnaba el más lacónico que nunca Tommy Lee Jones miraba sin esperanzas hacia el futuro y soñaba con el fuego de los viejos valores que portaba su padre ya muerto, comenzaba La carretera, basada en la novela homónima de Cormac McCarthy, premio Pulitzer 2007. Y es que vista en perspectiva, la extraordinaria película de los hermanos Coen, transposición de “No es país para los viejos” (2005), también de McCarthy, funcionaba como el largo prólogo de la próxima novela del escritor norteamericano.

Cada escena, cada nuevo asesinato, cada interrogante sin respuesta ante tanta maldad de Sin lugar… preanunciaba el final devastador de un mundo en descomposición. Y La carretera es una fiel versión de ese Apocalipsis señalado.

Diez años después del Día 0, cuando todo terminó por una guerra nuclear, o porque la naturaleza dijo “basta”, no se sabe, El Hombre (Viggo Mortensen) arrastra un carrito de supermercado con sus miserables pertenencias sobre un mundo sin sol, sin vegetación, sin animales. Sin comida. Lo acompaña su hijo (Kodi Smit-McPhee), El Niño. Mientras que el padre asistió al fin del mundo y al suicidio de su esposa que no soportó lo que venía, el chico perdió a su madre junto a un pasado que solo conoce por el relato de El Hombre.

Los protagonistas, sin nombre, representando así a los últimos hombres sobre la Tierra, se complementan: el niño sin como reserva de la inocencia original, y el padre, portador de los valores de una humanidad que se apaga.

“El canibalismo es el mayor temor” dice El hombre sobre la summa del horror, una amenaza presente en cada metro que desandan hacia el Sur, donde suponen que tienen más chances de sobrevivir.

Con una realización seca, bien cercana a la poética de la famosa novela, La carretera trabaja desde una marcada religiosidad –en donde tiene mucho que ver la banda sonora de Nick Cave–, con los elementos del drama intimista (la relación padre-hijo), el cine de terror (los no-humanos dispuestos a comerse a los que aún conservan rasgos de humanidad), y hasta del western (con los personajes, en especial el niño, como protagonistas de un nuevo comienzo), y se convierte, sin subrayados innecesarios, en una reflexión sobre lo inevitable de la tragedia de la humana.